En 1998, el escritor y periodista Lawrence Wright fue co-guionista de la película The Siege (Contra el enemigo), en la que actuaron Denzel Washington, Bruce Willis, Annette Bening y Tony Shalhoub. El thrillerimaginaba una serie de atentados en la ciudad de Nueva York, realizados por grupos islámicos.

«La película planteaba qué pasaría si el terrorismo llegara a los Estados Unidos, del mismo modo que se experimentaba en Francia e Inglaterra ¿Cómo reaccionaríamos? ¿En qué clase de país nos convertiríamos?», recordó Wright en su nuevo libro, The Terror Years: From al-Qaeda to the Islamic State (Los años del terror: de al-Qaeda al Estado Islámico).

Pocas personas se interesaron por esas preguntas. The Siege fue un fracaso de taquilla, y causó protestas de grupos musulmanes y árabes en general, indignados con los estereotipos.

Hasta que sucedieron los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, el 11 de septiembre de hace 15 años, y The Siege fue la película más alquilada —todavía existían los videoclubes y los sobres rojos de Netflix con sus DVDs— en los Estados Unidos. «Se la llegó a ver como una especie de profecía de terror», definió Wright.

El autor de The Looming Tower: Al-Qaeda and the road to 9/11 (La torre que emerge: al-Qaeda y el camino al 11 de septiembre), que ganó el Premio Pulitzer, leyó mucho de lo que se publicaba sobre el atentado más trágico de la historia de su país. Inclusive leyó los obituarios.

Así, un día encontró el de John O’Neill, un ex titular de contraterrorismo en la sede neoyorkina de la Agencia Federal de Investigaciones (FBI), donde había ambientado parte de The Siege.

Al Qaeda, responsable del atentado a las Torres gemelas.
Al Qaeda, responsable del atentado a las Torres gemelas.

«El obituario presentaba a O’Neill como a alguien deshonrado: había perdido su trabajo poco antes del 11 de septiembre porque había sacado de la oficina información clasificada. Se convirtió en el director de seguridad del World Trade Center y murió ese día. En el momento pensé que su muerte era una ironía: en vez de atrapar a [Osama] bin Laden, bin Laden lo había alcanzado a él. Por su propia voluntad se ubicó en lo que creía que sería Ground Zero en la tragedia que él veía que se aproximaba», escribió en su nuevo libro. O’Neill siempre creyó que al-Qaeda no dejaría inconcluso el ataque que había iniciado en 1993 con las bombas en el subsuelo del complejo.

Los diez ensayos que componen The Terror Years se originaron en artículos periodísticos de Wright publicados en el semanario The New Yorker. Para hacerlos estuvo en Arabia Saudita, donde trabajó como profesor de periodismo a fines de obtener una visa que se le negaba como periodista («The Kingdom of Silence», «El reino del silencio», es el texto que surgió de esa experiencia). También estuvo en Siria («Captured on Film», «Filmado») y en Gaza («Captives», «Cautivos»), entre otras zonas afectadas por el terrorismo islámico.

El autor trazó el camino inquietante del terrorismo islámico: habló con sus responsables, sus víctimas, sus teóricos, sus opositores. «Se puede ver este libro como un manual sobre la evolución del movimiento jihadista desde sus primeros años hasta el presente, y las acciones que Occidente tomó de modo paralelo para intentar contenerlo», propuso en el prólogo. «La intervención de los Estados Unidos en Medio Oriente desde el 11 de septiembre ha sido una larga serie de fracasos. Nuestras propias acciones han sido responsables de mucho de esta catástrofe en desarrollo». Wright se centró en la invasión de Irak en 2003 como un ejemplo: «El Estado Islámico (ISIS) surgió del caos y provocó una convulsión en la región que no tiene par desde la caída el Imperio Otomano».

El Estado Islámico (ISIS) surgió del caos y provocó una convulsión en la región que no tiene par desde la caída el Imperio Otomano

La semilla del mal

Wright, experto en Medio Oriente, presentó a al-Qaeda como una semilla que sembró el mal en el mundo entero. A lo largo de las páginas se refirió, de manera indistinta, a al-Qaida, el binladenismo o el jihadismo. Todo comienza con una organización madre que, si bien se ha reducido, ha puesto en el mundo una descendencia variopinta y peligrosa.

«Bin Laden provocó deliberadamente a los Estados Unidos con sus ataques a las embajadas en África del Este en 1998, el navío USS Cole en Yemen en 2000 y el territorio estadounidense el 11 de septiembre», argumentó. «Quería que los Estados Unidos invadieran Afganistán, porque creía que sufrirían el mismo destino que la Unión Soviética, que simplemente se disolvió luego de su retiro en 1988. Bin Laden se adjudicó crédito por eso. Imaginó que los Estados Unidos se quebrarían y se enemistarían con los musulmanes en todas partes en pos de su ‘guerra contra el terror’. Al fin se volverían estados desunidos, y eso abriría el camino para que el Islam recuperase su lugar correcto como el único superpoder del mundo».

Nada de eso sucedió. No obstante, observó Wright, Bin Laden tampoco falló del todo: «Aun si la organización central de al-Qaeda ha sido devastada por los golpes de los Estados Unidos y los aliados, la progenie de Bin Laden se ha diseminado por Medio Oriente, África y el Sudeste Asiático, y controla mucho más territorio en total que antes del 11 de septiembre».

En ese proceso «la prole salvaje de al-Qaeda» —como la calificó el autor— se expandió en una dirección que su fundador no habría soñado: «Buscan una guerra civil dentro del Islam, la aniquilación de los chiítas, y la conquista de todos los pueblos que no creen en su lectura literal de su religión». Estas organizaciones terroristas son a la vez cultos religiosos aislados y hostiles ante perspectivas diferentes. «Desde el 11 de septiembre, al-Qaeda se ha mostrado como una oportunidad extraordinaria para observar un sistema de creencias que evoluciona bajo presión y se adapta a los desafíos»: en los capítulos «The Master Plan», «El plan maestro»; «The Rebellion Within», «La rebelión interior», y «The Terror Web»(«La red del terror») desarrolló estos temas.

Osama bin Laden (AP)
Osama bin Laden (AP)

Guerra hacia fuera, guerra interna

Las organizaciones, también las terroristas, se acomodan a las circunstancias cambiantes de la política, sostuvo Wright. «Cuando Bin Laden creó al-Qaeda, la concibió como una legión extranjera musulmana contra el comunismo, un aliado potencial de Occidente», argumentó. «Inclusive antes de la muerte de Bin Laden, al-Qaeda se había convertido en una fantasía islamista y antioccidental, con objetivos utópicos irrealizables».

Por eso —por la adaptación a los cambios— la visión política de al-Qaeda era distinta de la de ISIS, «una organización diferente desde sus orígenes en 1999, cuando un ex convicto jordano, matón pero carismático, Abu Musab al-Zarqawi, llegó a Kandahar, en Afganistán, para unirse a al-Qaeda«. Bin Laden no lo aceptó en ese momento pero le regaló un campo de entrenamiento. Allí Zarqawi reclutó militantes de Jordania, Siria, el Líbano y los territorios palestinos.

Abu Musab al-Zarqawi, se distanció de Bin Laden como líder de al-Qaeda en Irak
Abu Musab al-Zarqawi, se distanció de Bin Laden como líder de al-Qaeda en Irak

El creador de al-Qaeda nunca consideró que hacer la jihad en Irak fuera una idea buena, ya que el 65% de la población es chiíta. «Aunque al-Qaeda es una organización completamente sunita, Bin Laden no tenía interés en crear una guerra civil dentro del Islam. Eso fue exactamente lo que atrajo a Zarqawi, quien creía que masacrar a otros musulmanes era la única forma de purificar la religión«. Se lo explicó a Bin Laden en una carta, donde enfatizó: «Esto es exactamente lo que queremos», citó Wright.

Tanto Bin Laden como Zarqawi soñaron con la restauración del califato, un renacimiento de aquel Islam que llegaba de Marruecos al sur de China y a España. «Pero para Bin Laden el califato se hallaba lejos del horizonte: su prioridad era unificar a los musulmanes en la pelea contra Occidente. En cambio, los objetivos de Zarqawi eran enfrentar a los musulmanes entre sí, obtener territorio y declarar el califato tan pronto como pudiera«.

Además de las diferencias de perspectivas, los hechos de la intervención de los Estados Unidos y sus aliados en Irak influyeron. «Se desató una cascada de profecías que llevaron pánico y confusión al mundo sunita, pero que también fascinaron a aquellos que imaginaban un acto final glorioso», se lee en el epílogo de The Terror Years. «Zarqawi, un hombre de la calle y de la cárcel, se concentró en los musulmanes radicalizados, a quienes les recordó los dichos del Profeta: que cuando llegue el final, se espera que los creyentes se reúnan en Siria e Irak para esperar el Día del Juicio». Y dado que las revueltas sucedían allí donde lo señalaba la palabra sagrada, cada fracción del Islam intentó imponer su interpretación a la otra. «Este no es el Apocalipsis de Bin Laden», citó el autor a William McCants, autor de The ISIS Apocalypse (El Apocalipsis de ISIS).

Su conclusión es acre: «El conflicto que ha provocado el Estado Islámico conllevará su destrucción en última instancia. Pero no sin muchos más estragos y dolores. Los líderes de la organización creen que el caos, el conflicto y la desesperanza son sus aliados».

¿Es posible derrotar al terrorismo?

El mismo territorio donde había comenzado el proceso que condujo hasta el presente de ISIS, y donde Bin Laden había hallado refugio, fue también el escenario de la muerte de al-Qaeda. «Aunque Bin Laden y sus laderos principales habían escapado de la muerte o la tortura, casi el 80% de los miembros de al-Qaeda murieron en Afganistán», escribió Wright. «Más aun, la causa de al-Qaeda fue repudiada en el mundo entero, inclusive en los países musulmanes, donde el asesinato indiscriminado de civiles y el uso de agentes suicidas se denunció como algo contrario al Islam». También la caída de los talibán quitó apoyo a los terroristas que se ocultaron en Irán, Yemen, Irak y el oeste de Paquistán».

El autor de Thirteen Days in September: The Dramatic Story of the Struggle for Peace (13 días en septiembre: la historia dramática de la lucha por la paz) y Going Clear: Scientology, Hollywood, & the Prison of Belief (Estar claro: cienciología, Hollywood y la cárcel de la creencia) no cree que enfrentar los factores que se asocian al surgimiento del terrorismo (pobreza, tiranía, guerras, odio étnico, entre otros) ayude a que el fenómeno se termine. Los ve como afluentes de «un río poderoso que inunda Medio Oriente, un río que podemos llamar Desesperación».

Más interesante le resultaron al autor las ideas de una profesora de Políticas Públicas de George Mason University, Audrey Cronin, quien publicó How Terrorism Ends (Cómo termina el terrorismo), un estudio de 475 grupos que le permitió establecer las seis formas en que generalmente terminan.

Combatientes de Al Qaeda
Combatientes de Al Qaeda

La primera es la eliminación de la figura carismática que encabeza el grupo: citó los casos de Abimael Guzmán, Aum Shinrikyo y, desde luego, Bin Laden. La segunda es la deposición de las armas para ingresar a un proceso político legítimo: puso los ejemplos de Irlanda y Colombia. La tercera es el éxito en la procuración de los objetivos del grupo, e ilustró con la creación del Estado de Israel o la resistencia al apartheid en Sudáfrica. La cuarta es la autodestrucción del grupo o su pérdida del apoyo público, ambas formas de fracaso; la quinta, la derrota y la eliminación por la fuerza, una represión de las autoridades; la sexta, una reorientación de las organizaciones: pasan del terrorismo a otras formas de violencia.

En el caso de al-Qaeda, argumentó Wright, sólo la represión puede erosionar sus capacidades de operar. Y en el caso de ISIS, Wright presentó una hipótesis escalofriante: «Un posible fin para el terrorismo de ISIS es el éxito«.

Sus argumentos: aunque Zarqawi murió en 2006 bajo fuego estadounidense, la organización sobrevivió a la pérdida del líder. «Ya es el grupo terrorista más rico de la historia, que junta ingresos a paladas con impuestos, petróleo, rescates, el mercado negro de las antigüedades y hasta multas de tránsito y licencias de pesca». Esas características hacen que el autor cuestione la propiedad de considerar a ISIS un grupo terrorista: «Es un proto-estado que utiliza el terror no sólo para conquistar sino también para reinar. No obstante, un estado requiere gobierno, algo que los islamistas nunca han hecho bien, y un control real de un territorio, lo cual abre la puerta a la guerra convencional, en la cual los terroristas tienen una desventaja indudable».

ISIS ya es el grupo terrorista más rico de la historia. Junta ingresos a paladas con impuestos, petróleo, rescates, el mercado negro de las antigüedades y hasta multas de tránsito y licencias de pesca

Las decapitaciones, unos de los métodos del Estado Islámico para imponer el terror.
Las decapitaciones, unos de los métodos del Estado Islámico para imponer el terror.

Aquellas libertades individuales

Wright fue un objetor de conciencia en los años de la guerra de Vietnam, por lo cual hizo servicio civil: lo enviaron a enseñar a la American University en El Cairo. Desde entonces se dedicó a estudiar la política de Medio Oriente. Y como periodista, a observar el modo en que afecta a su propio país.

«La guerra contra el terror ha conmovido la comunidad de inteligencia estadounidense y ha puesto en peligro nuestra democracia». Para argumentar sobre esos puntos en el libro se publicó el ensayo «The Spymaster» («El jefe de los espías»), un perfil de Mike McConnell, quien fue entre 2007 y 2009 el director de la inteligencia estadounidense. «Él y yo tenemos puntos de vista diferentes sobre la privacidad», escribió Wright, quien tuvo el teléfono intervenido mientras trabajaba en The Looming Tower.

Combatientes del Estado Islámico
Combatientes del Estado Islámico

Como estrategia, el terror rara vez tiene éxito —sostuvo el autor—, pero gana en una cuestión: «Crea represión en el estado o el poder que ocupa. Este es un objetivo que los terroristas esperan con ansia, ya que buscan contrarrestar la amplia ventaja militar del Estado al forzarlo a reaccionar de forma desproporcionada y así ganar apoyo popular para su causa. Luchar contra el terror es una empresa costosa y torpe».

Para ilustrar su preocupación por las libertades de la ciudadanía estadounidense, Wright recordó un día de 1965. Era un adolescente con una mesada estrecha, y para salir con su novia se le ocurrió ir al aeropuerto de Dallas, Love Field. Entraron a la zona de embarque, caminaron por la pista hacia el avión que les pareció más hermoso. Subieron, se sentaron en primera clase. Imaginaron que iban a París. El personal de limpieza estaba trabajando. Una azafata se conmovió y les llevó un refrigerio. Se bajaron, fueron hasta la torre de control; uno de los responsables del lugar los invitó a entrar y les mostró cómo era su trabajo.

Ese país, lamentó Wright, ya no existe. «El terrorismo lo asesinó. Esos Estados Unidos no existen en la memoria ni en la imaginación siquiera de la gente joven que nunca experimentó tal libertad, y que no tienen forma de calcular los muchos sacrificios de libertades que se han hecho en nombre de la guerra contra el terror».

Aunque aseguró que esta época de terrorismo tendrá un final, el autor no se manifestó tan cierto sobre la restauración de esa sensación de libertad como derecho de nacimiento. «El estado de seguridad que se creó desde el 11 de septiembre ha transformado nuestra cultura; y sí, necesitamos la protección. Con frecuencia se nos recuerda que nunca debemos olvidar lo que pasó en ese día funesto. Pero si no recordamos el país que éramos antes del 11 de septiembre, acaso nunca vayamos en esa dirección de nuevo. En ese caso, los terroristas realmente habrán ganado».