«50 sombras de Grey», no apta para feministas

Crítica. «50 sombras de Grey», que se estrena este jueves, es una película que cuenta la vida de un todopoderoso amante del control, un hombre que castiga a una mujer y la tiene como posesión. Es un filme romántico como cualquier otro, pero con ese condimento mezcla de violencia y dolor consentidos.

Hoy llega al cine la tan esperada adaptación del best seller “50 sombras de Grey”, con entradas anticipadas agotadas. Como pasa con cada libro llevado al cine, es imposible evitar la comparación, mucho más cuando se trata de una historia conocida por millones de mujeres (esta es una novela de consumo casi exclusivo femenino) alrededor del mundo. La historia gira alrededor de Christian Grey, un millonario y exitoso joven que seduce a Anastasia Steele, una universitaria, enseñándole el extraño mundo del sadomasoquismo desconocido por completo para ella que, dócilmente, se deja llevar por la corriente. El empresario tiene la suerte de que la seducida sea virgen, lo que hace que el pasaje al mundo sexual de la chica sea a través de su perspectiva.

Stephen King dijo hace un tiempo que la obra literaria de E. L. James, la escritora de la historia, era “pornografía para madres”. Si bien fue un tanto duro en su declaración, la repercusión que tuvo con su trilogía y la expectativa que se generó por los filmes cuando recién se hacían los castings para el personaje de Grey, tienen un motivo: a las mujeres les gusta la tentación, al menos desde lejos, que produce este todopoderoso amante del control. Un hombre que las castigue y las tenga como posesión. Feministas, abstenerse. Sin embargo, lejos de cualquier análisis sobre la bondad o sanidad de este tipo de relaciones de “amo-esclavo”, que en cada cabeza puede funcionar como juego o ritmo de vida a piacere, la versión cinematográfica de “50 sombras de Grey” es una película romántica como cualquier otra, pero con ese condimento mezcla de violencia y dolor consentidos.

El error de Sam Taylor-Johnson, su director, fue tratar esta relación basada en el sado vacilando entre lo bueno y lo malo, si es correcto o incorrecto, aunque la esencia apunta a que termina diciendo cómo debe hacerse el sexo. Lo que al comienzo atrae, seduce, tienta a Anastasia, que es ese alma intimidante y posesiva de Grey, con el correr de los minutos se va apagando. “No sé lo que me haces”, le dice él a ella en varias oportunidades, cayendo rendido ante su ¿amor?

Si se hubiese tratado de un relato de las relaciones sadomasoquistas, no presentaría mayor conflicto que discernir si esas prácticas sexuales extremas son lo de uno o no. Pero al presentar esa fractura en el corazón incorrompible de Grey, que por momentos parece que se “curará” de su “enfermedad” y terminará teniendo un romance como el que Anastasia quiere, con cena y cine como cualquier pareja, el filme se pierde entre otras películas de género amoroso, y no entre las mejores. Y debido a la vacua personalidad -ergo fuego apagado de la protagonista- es irreal que un “dios” como Grey pueda ser corrompido por alguien que no presenta rastros de fortaleza, cuando, para enamorar a este millonario debería ser más dura que el hierro. La esperanza de ver una película erótica bien hecha termina en una lectura que podría haber hecho Danielle Steele si se hubiese interesado por el Marqués de Sade y hubiese escrito alrededor suyo un romance chato, sin brillo.