Barra mediador

El punto de encuentro es un hipermercado. Es un sitio referencial de Partenon, un barrio con dos caras. De la avenida Bento Goncalvez hacia arriba, se distingue la cima de un morro con favelas que parecen suspendidas unas sobre las otras. Hacia abajo, hay casas de techos bajos, humildes, bien de clase media.

Cinco minutos después de la hora pactada, aparece casi al trote Jorge «Hierro» Martins, el jefe de una de las tres facciones de la hinchada de Inter, de Porto Alegre. Llega con Exequiel, un ladero de la tribuna que viste una remera roja con una leyenda: «Barrabrava, Guardia Popular». Con ese nombre se conoce a la torcida de Inter.

Hierro es uno de los nexos brasileños que tienen los barrabravas argentinos. Exhibe su teléfono y se jacta de sus contactos: tiene conversaciones abiertas en un chat con referentes de distintas hinchadas. Desde Boca e Independiente hasta con los de los equipos del ascenso. «Los pibes están con miedo de venir por los controles en la frontera», dice Martins. Habla mezclando un español rudimentario con arranques en portugués. La imagen de tipo hosco y duro se desvanece tras el apretón de manos.

Partenon es desde ayer el retiro urbano de la segunda línea de la barra de Independiente. Pagan 15 reales (60 pesos) por día y la gente de Hierro los llevará hoy al Beira-Río. Martins no irá porque los días de partido debe asistir a la comisaría de su zona y quedarse allí hasta una hora después de que termine el juego. Pesa sobre él una prohibición de ingreso a los estadios porque mantiene una causa abierta por presunto homicidio.

En Sapucaia do Sul, un pueblo a unos 25 kilómetros de Porto Alegre, se hospedan los barras que integran la agrupación Hinchadas Unidas Argentinas (HUA). Son casi cien. Casi todos de hinchadas del ascenso. Llegaron hasta allí de la mano de Gilberto Bitancourt Viegas, alias Giba. Contra él pelea Martins por la colonización de la tribuna de Inter y por los negocios que genera manejar la torcida.

«Siempre traté con Pablo [Bebote Álvarez] y Hernán [Palavecino], de Independiente, y con el Bocón Emiliano [Tagliarino], de Huracán. Pero se fueron con Giba porque no les quise conseguir armas y drogas», cuenta Martins con una extraña calma. La charla se interrumpe porque a cada rato se suma alguien más de la barra de Inter a la mesa del bar Escritorio, cuyo dueño, Rafinha, es simpatizante de Gremio, el otro equipo popular de la ciudad. «Este toca el bombo», presenta Hierro a otro de sus laderos. En la mesa hay cerveza y en un rato se prenderá el fuego para hacer un asado. Será para darles la bienvenida a la primera avanzada de barras de Independiente.

Como en la Argentina, aunque en menor dependencia, las barras brasileñas tienden puentes con la política. «Tanto a Rafa [Di Zeo] como a los pibes de Hinchadas Unidas les pasé unos contactos por si tenían problemas en la frontera», dice Hierro. Y tira sobre la mesa tarjetas con el nombre y el teléfono de dos funcionarios para darle mayor veracidad a su relato. Las tarjetas personales son de Marcia Fischer, del ministerio de Turismo, y José Gil Athaydes, del ministerio de Deporte. «Ellos me vinieron a ver para pedirme que no haya inconvenientes con los barras de Argentina. El gobierno no quiere problemas porque la único que le importa es la reelección de Dilma, en octubre».

Hierro y su gente no sólo les garantiza estadía a sus pares argentinos. También los ayudan en la búsqueda de entradas. «Tenemos de más y las vamos a revender para que los pibes puedan continuar con la gira. Valen 1200 reales [600 dólares]», comenta. No lleva los tickets encima. Salir hoy a las calles de Porto Alegre con las entradas encima es riesgoso. Hay unos 100.000 argentinos y el 70 por ciento no tendría boletos.

«Nosotros conseguimos entradas por el sitio de FIFA. Pero los argentinos vienen de allá con más entradas. En las conversaciones con los barras, me dijeron que las consiguen por Bilardo. Me lo comentaron los pibes de Los Leales [una facción de la barra de Nueva Chicago] y otros más», blanquea Martins los nexos con la dirigencia deportiva. Él también los tiene en Inter, y lo reconoce abiertamente. Como si fuera algo normal.