China pone fin a la histórica política del hijo único

El Plan, el primero bajo el mandato del presidente Xi Jinping, procura evitar el descenso en las tasas de crecimiento que analistas chinos asocian a la llegada de un paí­s a niveles «medios» de ingreso per cápita.

La nueva polí­tica demográfica y el Plan quedaron listos para ser ratificados, como se descarta, en la reunión plenaria de la Asamblea Nacional Popular (Legislativo) de marzo de 2016.

La reforma supone un paso más en la relajación de las estrictas polí­ticas demográficas chinas, informaron las agencias de noticias Xinhua, EFE y DPA.

 

Ya a fines de 2013 Beijing habí­a adoptado una flexibilización de la polí­tica de control de la natalidad, pero hasta ahora sólo se habí­a aplicado en algunas provincias. Esa medida establecía que las parejas en las que uno de los progenitores era hijo único podí­an tener dos descendientes.

La polí­tica del hijo único se puso en marcha en 1979 para reducir los problemas de superpoblación del gigante asiático y según los expertos sirvió para evitar que la población actual del paí­s, de 1.300 millones de habitantes, superara los 1.700 millones.

Fue por esa razón que el Gobierno chino siempre defendió la restricción, aunque también admití­a que se aproximaba el momento de ponerle fin.

Entre los efectos secundarios más perjudiciales de la polí­tica del hijo único, destaca el rápido envejecimiento de su población que provocó que su pirámide demográfica sea similar a la de los paí­ses más desarrollados, con una estructura económica que todaví­a no se les puede parangonar.

Según los datos demográficos que maneja la Academia de Ciencias Sociales de China, cada mujer tiene en el paí­s menos de 1,6 hijos, cuando hace falta una cuota de 2,1 para una estabilidad de la población.

Los observadores ya esperaban que en el plenario del PCCh de esta semana, celebrado a puerta cerrada con los máximos lí­deres del gobierno comunista, adoptase algún cambio en esta polí­tica, aunque se ignoraba hasta qué punto iba a llegar esa modificación ni se sabe aún cómo responderá la población.

Las primeras reformas puestas en marcha en 2013, el antecedente inmediato, no tuvieron los resultados esperados. Según datos de mediados de este año, tan sólo 1,5 millones de los 11 millones de parejas que cumplí­an los requisitos habí­an solicitado el permiso para tener un segundo hijo.

En cuanto al XIII Plan Quinquenal (2016-2020), el PCCh indicó que aspira a que antes de 2020 el paí­s duplique el Producto Bruto Interno (PBI) y la renta per cápita que tení­a en 2010, aunque no reveló, por ahora, un objetivo de crecimiento concreto para los próximos años.

En anteriores planes quinquenales como el vigente hasta finales de este año, se establecí­a que la riqueza nacional debí­a aumentar al menos un 7% anual.

Al mismo tiempo, el plan busca equilibrar el desarrollo urbano con el rural, para que el crecimiento sea más inclusivo y ambientalmente sostenible que hasta ahora.

El partido se propuso lograr un crecimiento «medio-alto», dar prioridad a un desarrollo «de calidad y eficiente» y adoptar medidas progresivas de liberalización de precios a medida que vayan madurando diversos sectores económicos.

El nuevo plan, que fue muy promocionado con explicaciones simples y claras, incluyendo videos en inglés con fondo de música «country» estadounidense, reservará un lugar central a la innovación y se planteó, bajo vigilancia de los resultados, facilitar de a poco la captación de inversión extranjera.

Según Zhou Mi, profesora asociada de economí­a en la Universidad de Nankai en Tianjin citada por Xinhua, el PCCh procura evitar la «trampa del ingreso medio» en los próximos cinco a diez años, mientras que la innovación y el ajuste estructural crearán nuevos fundamentos para apoyar un crecimiento de velocidad media a alta.

Zhou define esa «trampa» como el amesetamiento que se produce en la tasa de crecimiento cuando un paí­s en desarrollo ingresa al rango de «ingresos medios», como es el caso de China.

De allí­ el énfasis en la innovación y las reformas para mejorar el sector servicios y volverlo competitivo.

El plan profundiza la transición hacia un modelo productivo basado más en el consumo interno y los servicios que en la exportación de manufacturas.

Sin embargo, no considera sustituir la industria por servicios sino elevarla «hacia la gama media superior», es decir concentrar el crecimiento en las ramas de más alta aplicación tecnológico-cientí­fica.

Hasta que madure el proceso, la mayorí­a de los analistas espera que el paí­s profundice su desaceleración en los próximos años.
Según la Oficina Nacional de Estadí­sticas, el Producto de China en 2010 fue de 40,12 billones de yuanes (al cambio actual, unos 6,3 billones de dólares). Aún si lo duplicara, creciendo a una media de un 4% anual en el próximo lustro, el gigante asiático seguirí­a siendo la segunda economí­a mundial, por detrás de Estados Unidos.

Además, el PCCh se comprometió a reducir su intervención en los precios y a desregular los mecanismos de fijación de estos para productos y servicios en sectores competitivos «de una manera amplia».

En cuanto a la flexibilización normativa para facilitar la llegada de inversiones extranjeras, que deberá «abrirse más» al capital foráneo, parece destinada a ir efectuándose con una controlada ampliación de las áreas de aplicación y bajo monitoreo de su evolución y resultados.

La apertura de industrias de servicios a la inversión extranjera, por ejemplo, se limita hasta hoy a seis áreas de servicios «relativamente maduras»: ciencia y tecnologí­a, Internet y servicios de información, cultura y educación, negocios y viajes, servicios financieros, y salud y servicios médicos, y solo en Beijing.

Además, China incrementará su cooperación manufacturera y su integración en la industria global y seguirá promoviendo sus grandes proyectos internacionales, con la Nueva Ruta de la Seda (un megaproyecto eurasiático de transportes terrestres que se complementa con otro equivalente de transporte naval) a la cabeza.