Cómo se prepara Hollywood para los Oscar

Darth Vader está confundido. Pasa de una calle a la otra sin saber bien dónde quedarse. En su periplo le guiña el ojo a Chaplin y a Freddy Krueger, que andan más o menos en la misma. Acostumbrados a cazar turistas en la entrada del Teatro Chino, por estos días sienten como si alguien les hubiera movido el avispero. Y ellos quedaron ahí, deambulando sin saber dónde afincar. Pero les pasa todos los años más o menos por esta época así que, de alguna manera, le encuentran la vuelta. Saben que hoy esos ídolos de traje de fiesta de disfraces no son la gran atracción.

A dos días de la fiesta mayor del cine, la esquina de Hollywood y Highland está cortada al tránsito pero no a los turistas curiosos que se desplazan a paso apurado por las veredas. El domingo se celebrará la 87ª entrega de los premios Oscar y aunque en Los Angeles no se siente la fiebre que uno supondría (no hay carteles en las esquinas de propaganda, ni en la televisión se habla demasiado) en los alrededores de Hollywood el paisaje está alterado.

La alfombra roja, cubierta de un plástico protector, ya está extendida y custodiada de cerca por los más de 200 operarios que desde hace diez días y hasta pasada la fiesta se encargarán de transformar esta zona no muy glamorosa de la ciudad –más bien turística y llena de casas de chucherías y recuerdos baratos– en una ilusoria maqueta de brillo, sensualidad y trajes de diseño.

Son casi cien metros los que las estrellas atraviesan hasta llegar a la puerta del teatro, donde escucharán el griterío de los 400 lunáticos que desde las gradas del público intentarán que algún famoso les mueva la manito, y de los periodistas que esperarán que alguno se acerque a menos de un metro. Antes, los publicistas de las estrellas hicieron lo propio, desfilando ellos mismos por la alfombra roja más famosa y localizando a la prensa de su interés. El consejo de los expertos es «siempre mirar a los ojos al publicista que lleva del brazo al famoso, es él quien lo conduce hasta donde quiere». Como un ciego con su bastón, la celebrity de turno se deja guiar por su hombre de confianza y sólo camina sonriendo a la nada.

Pero para eso falta. Hoy a Hollywood aún se le ven los hilos. Cables más o menos ordenados, mezclados con escobillones viejos, la aspiradora que espera al costado que se retire el plástico de la alfombra para hacer lo suyo, el plástico que se rompe y deja ver la alfombra 100% nylon y la producción que corre a resguardarla. Y en el medio, los Oscar dorados de cotillón que empiezan a llegar para ser acomodados a los costados de la pasarela.

A la vuelta del Dolby Theatre, escenario de la gala, en un hotel cinco estrellas, se instaló la producción con distintos departamentos que trabajan para el evento. En la sala de prensa se exhibe el cronograma de cada día con las actividades relacionadas a la entrega de premios. Conferencias de prensa con encargados de la ceremonia, expertos en moda y protocolo, y ejecutivos de la industria que aportan datos de color a la cobertura de cada medio. Además, claro, el listado de restaurants y fiestas con descuento para los acreditados, ya que no sólo de trabajo se trata la cosa. Y, para algún desprevenido, sugerencias de sitios de alquiler de smoking con tarifa preferencial.

Como si de dos mundos muy distintos se tratara, en pocos metros de distancia Hollywood muestra sus dos caras. El show off de una fiesta donde las estrellas parece que se celebraran a sí mismas con un despliegue a su medida y una gran valla a los costados del recorrido que las separa del mundo real y, sin que ellos siquiera los vean, los vendedores de las tiendas de recuerdos de los alrededores que por unos días les agradecen que se dupliquen sus ventas de los Oscar de plástico en miniatura. La pompa de jabón recién comienza a tomar forma hasta alcanzar el domingo su máximo brillo. En tres días la burbuja desaparecerá y Hollywood hará justicia con El joven manos de tijera, Vader y el Hombre Araña que, al fin, recuperarán el sitio que durante el año custodian con recelo.