Faltan siliconas en Venezuela

La crónica escasez de alimentos y productos básicos en Venezuela comenzó a invadir el territorio de la belleza femenina y afecta a uno de sus íconos culturales: las siliconas para implantes mamarios.

Los venezolanos, siempre preocupados por la belleza de sus mujeres, enfrentan ahora una escasez de implantes de marcas reconocidas, y tanto mujeres como médicos están echando mano de dispositivos que no tienen la talla ideal o que son hechos en China con unos estándares de calidad menos rigurosos.

Antes, las venezolanas tenían acceso a los implantes que eran aprobados por la Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés). Pero ahora esas prótesis no llegan debido a una restrictiva política de control de cambios que les impide a las empresas importar productos extranjeros, pues no tienen acceso a los dólares para hacer la transacción.

Puede que no sea un artículo de primera necesidad, pero los cirujanos dicen que la escasez afecta la psique de la venezolana, que se preocupa por su imagen. «La gente se queja», dice Ramón Zapata, presidente de la Sociedad de Cirujanos Plásticos.

Se cree que Venezuela tiene una de las tasas más altas de cirugía plástica del mundo y que el implante mamario es el procedimiento más popular. En 2013, se hicieron 85.000 operaciones en el país, según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica.

En la actualidad, no hay estadísticas sobre la cantidad de venezolanas que caminan por el país con siliconas. Pero si uno se da una vuelta por las calles de Caracas, resulta más visible la cantidad de mujeres con senos artificiales que en otros lugares del mundo. Hasta los maniquíes parecen haber pasado por el quirófano.

Hasta hace poco, las mujeres podían participar en rifas cuyo premio consistía en una prótesis mamaria. Los sorteos también eran comunes en empresas e, incluso, en las campañas políticas. «Es la cultura del «yo quiero ser más bella que tú»», dice el cirujano Daniel Slobodianik mientras juega con un implante: una bolsa que contiene una solución salina aprobada por la FDA que ahora no se vende en Venezuela.

Antes, Slobodianik realizaba varias cirugías a la semana. Ahora sólo hace dos al mes. Dice que todos los días lo llaman mujeres que preguntan si ya llegó el tamaño del implante que quieren. Cuando no lo encuentran, eligen el que es su segunda opción: un implante más grande.

Por ahora, las mujeres se sienten frustradas y no sienten mucha simpatía, especialmente por el gobierno. El consumo de cirugías plásticas siempre ha tenido una relación incómoda con la retórica de la revolución socialista. El fallecido Hugo Chávez tildó de «monstruosa» la fijación que existe con las cirugías de seno y atacó la práctica de regalar la cirugía a las chicas que cumplen 15 años.

En las redes sociales, algunos venezolanos escriben sobre el tema con un tono crítico y dicen que el pánico por los implantes muestra la falta de valores en la sociedad.

Ante la falta de implantes norteamericanos, al mercado ahora lo domina el principal socio comercial de Venezuela, China, cuyos implantes son mucho más baratos. Mientras que un par de prótesis aprobadas por reguladores europeos puede costar unos US$ 600, las chinas cuestan un tercio. Algunos médicos se niegan a usar los implantes chinos porque no están sometidos a las inspecciones aleatorias ordenadas por Caracas o a rigurosos estudios clínicos.

Incapaces de encontrar los implantes aprobados por la FDA en los consultorios médicos, algunas venezolanas acuden al equivalente del Craigslist en Venezuela, una página en la que se ofertan las prótesis en el mercado negro, de origen desconocido, y que son expuestas en empaques sellados o en mesas de cocina.

No sólo son las mujeres que buscan una silueta que llame la atención del sexo opuesto las que no consiguen los implantes. Algunas son pacientes con una urgencia médica. Lisette Arroyo, de 46 años, esperó dos meses para que sus implantes fueran reemplazados por otros nuevos que venían de Francia. Los compró directamente del fabricante y agotó el cupo de 300 dólares que el gobierno permite usar al año en divisas. La cirugía puede costar otros 800 dólares.

«Venezuela no es lo que era», dijo Arroyo mientras esperaba la cirugía, enfundada en una bata azul.

Para los médicos que tratan de manejar las expectativas de sus pacientes, la escasez no es el peor de sus problemas. Miguel Useche, que operó a Arroyo, dice que las mujeres a veces ahorran durante años para poder operarse, y que se les diga que deben esperar les resulta insoportable.

«Muchas veces llaman las pacientes, y dicen: «He hecho tanto para esto. ¿Cómo no me va a ayudar?».»