Jugar es muy bueno

Cuánto hace que no salta en un pilón de hojas secas o remonta un barrilete? Inmersos en el entramado de obligaciones de la vida cotidiana, los adultos nos olvidamos de jugar. Ese placer de jugar sin otro objetivo que divertirnos, está culturalmente relegado a la más tierna infancia y, en cambio, los adultos solemos aceptar la idea de que jugar es «perder el tiempo». Cientos de estudios científicos demuestran la importancia del juego en la construcción de la personalidad y en el desarrollo de la capacidad de aprendizaje en la niñez, entre otros beneficios relevantes. Tanto, que jugar es un derecho universal de los niños, tal como dicta el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Pero ¿qué pasa con el juego en la adultez? Por supuesto, no se trata aquí de analizar cuestiones patológicas relacionadas al juego, sino de explorar el bienestar que produce en la vida adulta conectarse con las emociones que ofrece el jugar. Porque, tal como veremos a lo largo de la nota, jugar favorece la salud, nos ayuda a ser más creativos, reduce las reacciones ante el estrés, estimula el sistema inmunitario, aumenta la energía y la vitalidad, alimenta las habilidades socio-afectivas y, por si fuera poco, nos permite reencontrarnos con la alegría. Todo eso a cualquier edad. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de juego?
El médico psiquiatra y director del Instituto Nacional de Juego en Estados Unidos, Stuart Brown, famoso por estudiar y descubrir la relación entre la ausencia de juego y los actos criminales en algunos presos de su país, afirma en su libro «El juego: cómo moldea el cerebro, abre la imaginación y vigoriza el alma», que «jugar es una actividad muy primaria, es preconsciente y preverbal y que, al igual que la digestión o el sueño, el juego en su forma más básica funciona sin un marco de referencia intelectual complejo, es una actividad visceral. De ahí que los niños jueguen de la misma manera en que respiran, comen o duermen. Tienen necesidad de ello.» Y en su charla de TEd Talks (www.ted.com/talks/stuart_brown_says_play_is_more_than_fun_it_s_vital), aporta: «¿Qué produce el juego en el cerebro? Mucho. Hay evidencia científica que dice que nada estimula más al cerebro que jugar. Voy a dar un ejemplo con ratas, porque estos animales comparten con los humanos los mismos neurotransmisores y otras características, aunque esto que voy a contar sucede con otros animales también. Si se toman dos grupos de ratas (recordemos que las ratas están programadas para huir y esconderse ante el peligro) y a uno de los grupos se le reprime el juego (chillar, luchar, sujetarse) y al otro no, cuando se les presenta a ambos grupos un collar saturado de olor a gato, todas las ratas se esconden. La diferencia es que las ratas que no jugaron no salen nunca más de su escondite y mueren. En cambio, las jugadoras poco a poco vuelven a explorar el medioambiente. Así comprendí que el juego tiene una gran importancia para sobrevivir. Y descubrí que lo opuesto al juego no es el trabajo, sino la depresión. Imaginen una vida sin juego, sin humor, sin fantasía. Lo que es particular de nuestra especie es que estamos diseñados para jugar durante toda la vida, pero en la adultez empezamos a perder las señales culturales de juego. Yo los invito a que hagan una exploración tan hacia atrás como puedan hasta la imagen más clara, alegre y juguetona que tengan. Ya sea con un juguete, en un cumpleaños o unas vacaciones. Comiencen a construir cómo esa emoción se conecta con su vida actual y serán capaces de enriquecer sus vidas. Todavía no tomamos el juego tan seriamente, pero es básico para la supervivencia, es algo que tiene que ver con la salud pública».