Más puestos cerrados en La Salada

«Tengo miedo. Pero si no abro… ¿qué hago? ¿Cómo le doy de comer a mis hijos? Tengo que hacer como que acá no pasó nada, cerrar los ojos y arriesgarme.» Así vivió la madrugada de ayer Esteban Hernández; así viven muchos de los puesteros de la feria La Salada desde el jueves pasado: con miedo e incertidumbre.

Puestos cerrados, persianas bajas, comerciantes preocupados, calles despojadas y oscuras, pocos clientes y muchos policías fueron algunas de las postales de anteanoche en la apertura de la feria, situada en Ingeniero Budge,en Lomas de Zamora. La tensión y el miedo que en la última semana invadió al mercado se trasladó a los puesteros y a los usuales clientes, que aseguraron que la madrugada de ayer fue la menos convocante en mucho tiempo.

El nerviosismo en La Salada no cesa desde el jueves pasado, cuando 7800 puestos instalados de los alrededores fueron desalojados por la policía bonaerense. Y el temor se potenció hace dos días, cuando hubo disturbios, saqueos, corridas, tiros y una persona herida de bala.

En respuesta a estos hechos violentos, el juez de Lomas de Zamora Gabriel Vitale ordenó el refuerzo de las fuerzas de seguridad en el lugar y el Ministerio de Seguridad bonaerense dispuso el envío de un centenar de efectivos más que en las jornadas anteriores.

Así, la feria se militarizó. A lo largo de todo el Camino de la Ribera, junto al Riachuelo, desfilaron durante toda la madrugada decenas de móviles y camiones de la policía bonaerense y de infantería. Mientras que los casi 300 oficiales involucrados en el operativo (usualmente no son más de 70) recorrieron los alrededores y las problemáticas arterias transversales al complejo principal Punta Mogote.

«Estamos acá para preservar la integridad de las personas. Sin el aval de la Justicia, no volveremos a remover puestos», aseguró a LA NACION Marcelo Freyre, uno de los comisarios a cargo del operativo.

Pocos puesteros se animaron a abrir los locales que dan a la calle Euskadi, una de las transversales a Punta Mogote, donde ocurrieron los conflictos anteayer. Es una zona donde, en hora pico, prácticamente no se podía caminar por el hacinamiento de las personas. Pero ayer casi no había clientes. Sólo puestos rudimentarios tirados y abandonados, y viejas cajas de mercadería vacías.

Bajo la luz de una bombilla de bajo consumo, uno de los que se atrevieron a levantar las persianas fue Juan Luna, que tiene un local de indumentaria en esa zona desde hace 15 años. «Es inevitable tener miedo a los saqueos. La situación está descontrolada. Ya no podemos confiar en nadie. La policía nos soltó la mano. Si nosotros estamos así, imaginate la gente. No viene. Se aleja», contó, resignado.

«Lo de anoche [por la madrugada del miércoles] nos sorprendió. A la mañana, nos llevamos toda la mercadería que pudimos y abrimos para cuidar el local, porque nadie nos puede dar seguridad. Sabíamos que la noche iba a estar muerta», agregó el puestero.

Hasta la semana pasada, Analía Pérez alquilaba por 300 pesos por día uno de los casi 7800 puestos que fueron desalojados en el Camino de la Ribera. Ayer a la madrugada fue una de las pocas que se atrevieron a vender mercadería en esas condiciones en la calle Virgilio, otra de las desoladas y deterioradas arterias transversales a la feria principal.

«Como puedo me voy acomodando. Vivo acá en el barrio y necesito volver a ganar un lugar. Acá todos sabemos que cuando pase el miedo, esto se llena de gente de nuevo», arriesgó la joven, que vende remeras de algodón por menos de $ 50.

Sobre el Camino de la Ribera algunos de los locales sí abrieron. Pero pocos clientes desfilaron por allí. «Aunque eran competencia, los puestos de la calle a nosotros nos beneficiaban. El circuito de clientes era otro. Ahora no anda nadie. Menos por acá», dijo Bladimiro, un boliviano que trabaja en la feria desde hace ocho años.

No sólo el Ministerio de Seguridad de la provincia endureció las medidas de seguridad. También se fortalecieron en Punta Mogote, el cual administra Jorge Castillo. Al equipo de 70 habituales miembros del equipo de seguridad privada que las 24 horas monitorea el complejo se agregaron por lo menos 30 más.

«Hace años que no se veía una noche con tan poca gente», aseguró Ramón Giménez, que desde hace más de 20 años está involucrado en la seguridad privada de La Salada. Grupo que no autorizó a LA NACION a sacar fotografías en el complejo y que por momentos impidió a este cronista hablar con los comerciantes.

Dentro de Punta Mogotes, los clientes se concentraron en la zona central del complejo. Los puestos cercanos a las salidas tuvieron una noche por demás tranquila.

«Acá se zafa. Todos piensan que ganamos fortunas. Pero llegamos a fin de mes con lo justo. No es más lo de antes», comentó Daniel Solís, arrinconado entre cajas de zapatos de mujer. «Desde hace rato que hay que mirar con más cuidado. Está todo turbio. Más desde el jueves. Los que rajaron de afuera van a empezar a joder acá», advirtió..