San Martín: su lucha por la libertad y la independencia, a 166 años de su muerte

Marta Gordillo- Télam-

«¿HASTA CUÁNDO ESPERAMOS DECLARAR NUESTRA INDEPENDENCIA?», RECLAMABA SAN MARTÍN EN 1816 EN UNA CARTA A TOMÁS GODOY CRUZ, DIPUTADO POR MENDOZA EN EL CONGRESO DE TUCUMÁN; UN SAN MARTÍN INDIGNADO POR LOS ENFRENTAMIENTOS POLÍTICOS INTERNOS Y POR EL RETRASO EN DECLARAR LA INDEPENDENCIA EN MOMENTOS EN QUE EL ENEMIGO ESPAÑOL AVANZABA POR TODA LA REGIÓN; UN SAN MARTÍN QUE HOY, A 166 AÑOS DE SU MUERTE, MANTIENE EL VALOR DE SU LUCHA POR LA EMANCIPACIÓN AMERICANA.

«¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos?», continuaba en esa carta el «Padre de la Patria», como fuera reconocido luego en Argentina, o «Protector» como lo designaran en Perú.

Con San Martín y su ejército, acompañado por las guerrillas de Manuel Rodríguez en Chile y por los montoneros en Perú, la revolución avanzaba desde el sur, esa misma revolución independentista que los sectores conservadores temían y obstaculizaban.

Mayo de 1810 había señalado el camino de la emancipación, había iniciado la lucha y las medidas de organización y sostenimiento de la revolución. Pero, como decía San Martín, ya habían pasado 6 años «y los enemigos victoriosos por todos lados nos oprimen».

«Es increíble lo mortificado que estoy con la demora del director», volvía a escribir a Godoy Cruz el 16 de julio de 1816 al referirse a Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, «la primavera se aproxima y no alcanza el tiempo para lo que hay que hacer», decía y se lamentaba porque, junto con la declaración de la independencia, «hubiera deseado que (el Congreso) al mismo tiempo hubiera hecho una pequeña exposición de los justos motivos que tenemos los americanos para tal proceder».

«En el mismo momento que el director me despache volaré a mi ínsula cuyana», expresaba con ímpetu y con la urgencia de ponerse al frente de sus hombres y partir hacia Chile primero y Perú después para atacar el foco realista, principal núcleo español.

Mientras tanto, las guerras civiles le estaban jugando una mala pasada a la lucha independentista. Pero detrás de esas divisiones estaba la disputa por distintos proyectos políticos, y fue así como, en medio de la lucha contra el colonialismo, Buenos Aires optó por destruir a Artigas favoreciendo al invasor.

«Tropas de Buenos Aires contra Artigas, y la guerra entre hermanos se descuelga otra vez», es el título con que se anuncia en diciembre de 1817 una nueva arremetida contra el líder de la Liga de los Pueblos Libres, en la recreación histórica que hace el investigador Jorge Perrone, en el Diario de la Historia Argentina, al referirse al caudillo oriental que entendió la lucha por la independencia como una revolución social y anticolonial, por la libertad y la igualdad.

San Martín, que se negó a reprimir con su ejército a Artigas, buscó interceder en la guerra civil, y en este marco le decía a quien había encabezado años atrás el éxodo oriental, que «cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón», y le pedía unirse «para batir a los maturrangos que nos amenazan, y después nos queda tiempo para concluir de cualquier modo nuestros disgustos, en los términos que hallemos por convenientes, sin que haya un tercero en discordia que nos esclavice».

En esa misma línea de pensamiento, le escribía en 1819 al gobernador de Santa Fe, Estanislao López: «Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas», refiriéndose a los conflictos entre el litoral y Buenos Aires, y luego le pedía, igual que a Artigas, que se unan porque «divididos seremos esclavos; unidos estoy seguro que los batiremos».

La expedición sanmartiniana no tenía el apoyo porteño que necesitaba, por lo que el general se vio obligado a renunciar en 1818 al mando del ejército ante la negativa de la ayuda prometida, situación que fue revertida al interceder la Logia Lautaro, organización a la que pertenecía el jefe del Ejército de los Andes, entre otros hombres que combatieron contra la dominación española.

La tan ansiada independencia americana atravesaba así un camino difícil: el cruce de los Andes, la falta de respaldo político, el enfrentamiento cuerpo a cuerpo contra los españoles con batallas perdidas y ganadas en Chile, pérdidas humanas y materiales, y la falta de fondos.

Pero el paso trasandino logró liberar al país vecino; y la llegada al Perú, una región dividida y compleja donde San Martín fue nombrado Protector, posicionó a las fuerzas independentistas, por entonces precarias y desgastadas, ante un nuevo panorama: la llegada a Guayaquil de Bolívar, triunfante en el norte de la región, y la resolución definitiva y victoriosa de la lucha contra los españoles. Así, para 1825, toda América Latina había derrotado al Imperio ibérico mientras las huellas del libertador quedarían marcadas en la tierra que lo vio empuñar su sable por la libertad.