Grondona, supo jugar con la política
En 40 años de dirigente del fútbol Julio Grondona cosechó copas mundiales, títulos juveniles, placas y reconocimientos, amigos y enemigos. Cerró contratos millonarios, manejó el dinero de la FIFA y auspició las finanzas de decenas de clubes, con resultados dispares. Promocionó a jugadores y dirigentes, viajó por el mundo y sentó a su mesa a la más variada gama de líderes internacionales. Pero sin dudas su mayor logro fue sostenerse en el poder durante tan tiempo, bajo modelo de conducción personalista autoritaria que amparado en el negocio del fútbol, obligó a la política criolla a rendirse a sus pies durante casi cuatro décadas. Esa estrategia de sostenimiento y dominación lo convirtió en la figura más emblemática de fútbol argentino.
Literalmente, Grondona llegó a la AFA de la mano del genocida Jorge Rafael Videla, que lo designó a dedo interventor de la entidad en 1979 hasta que un simulado acto eleccionario lo confirmó en el cargo que detentó los 35 años siguientes. Para llegar al máximo sillón de Viamonte 1366, en su haber contaba con las presidencias de Arsenal de Sarandí (1957-1976, que también fundó) y de Independiente (1976-1981). Para alzarse con el trono de la AFA, mostró dos recientes títulos obtenidos con José Omar Pastoriza y se posicionó como el preferido de la mayoría de los clubes, y del general Carlos Alberto Lacoste. El vicealmirante fue el responsable militar de desarmar la organización y de pedir la renuncia a todos los miembros que tenían cargos hasta el 24 de marzo de 1976. El comicio que consagró a Grondona fue orquestado por Lacoste, que deseaba a cualquier precio saltar a la FIFA y vio en el joven dirigente de Sarandí a su mejor opción. Finalmente, Grondona superó en las preferencias al otro candidato, en pleno régimen militar, que era Santiago Leyden, administrador de Ferro Carril Oeste, y desembarcó en Viamonte.
Con la dictadura estrechó vínculos políticos, que venían de antaño. Dos imágenes lo demuestran: al asumir, sentado a la izquierda de Videla en el despecho presidencial; y entregando la Copa del Mundo Juvenil de 1979 al dictador, escoltado por Ernestina Herrera de Noble.
Tras la salida de los militares, se reacomodó con el regreso de la democracia y las elecciones libres. En 1983 rechazó de Raúl Alfonsín una candidatura para ser intendente de Avellaneda, aunque no fueron años difíciles con los radiales, a pesar de haber militados en tener el carnet de la UCR desde 1964. «A la AFA no la cambio por anda», repetía en ese entonces.
A los seis años de su mandato, en 1985, la Coordinadora radical pidió virtualmente su renuncia en AFA. Hábil de reflejos, no dudó en acusar al gobierno democrático de Alfonsín de querer sacar del cargo al entrenador Carlos Bilardo. Rodolfo O´Reilly, secretario de Deporte de la Nación, y Osvaldo Otero, luego titular de Racing Club, fueron los frustrados «ejecutores» de la fallida maniobra. El triunfo imborrable de la Selección en México 1986 con gran actuación de Diego Armando Maradona y conducción táctica de Bilardo permitió el «blindaje» de Grondona. En los años siguientes se reafirmó ante el gobierno radical y de la mano del brasileño Joao Havelange llegó a vicepresidente de la FIFA.
Otra postal que revela su acercamiento a la política lo pinta sonriente, junto a Raúl Alfonsín y Maradona, apreciando la Copa del ’86 en la Casa de Gobierno.
Con Carlos Menem, Grondona explotó la comercialización del fútbol. Apañó la creación de grandes empresas de medios para trasmitir los partidos privatizados, multiplicó la valoración de los jugadores y técnicos locales y se ocupó de abrir el mercado de pases y las transferencias al exterior. En varias ocasiones se reunió con Menen en la Quinta de Olivos o en la Rosada. A veces lo hacía públicamente y otras en privado, sin que nadie se entere. Negoció aportes estatales para el fútbol y logró sacar ventajas económicas que solventaron su poder. En esos mimos años, surgieron las primeras voces disidentes a su gestión. Los críticos de Grondona acuñaron la frase «AFA rica, clubes pobres» para explicar su hegemónica gestión.
Sus coqueteos con el poder de turno continuaron con el gobierno de Néstor Kirchner y el actual de Cristina de Kirchner. En 2009, el Estado y la AFA firmaron un convenio para crear «Fútbol para Todos», una medida considerada como populista que le quitó el negocio de las transmisiones televisivas al Grupo Clarín, quién asumió esa decisión como otra jugada política de Grondona que nunca perdonó. Años más tarde, cedió trasmisiones de Copas y partidos de ascensos para compensar el daño. Astuto, matemático, siempre se ocupó de no dejar heridos que luego lo puedan vengar.
La Justicia lo tuvo en la mira en más de una ocasión y en todas salió indemne. Lo acusaron por corrupción, amenazas, estafas, malversación de fondos, discriminación ya hasta por los cientos de muertos en las canchas. Con inocultable orgullo, siempre se vanagloriaba que todas las causas que le abrieron en los tribunales fueron cerradas por falta de mérito y se sellaron con su absolución.
Grondona siempre parecía tener un paraguas para las críticas y los problemas de trabajo. Durante décadas llevó un anillo con la inscripción «Todo pasa», pero se lo sacó cuando falleció su esposa Nélida en el 2012. «Lo primero que hice fue eliminar el anillo del todo pasa porque esto no pasa más», dijo poco después de perderla.
Bajo su mando, la Selección Nacional conquistó un Mundial, las Copas de América de 1991 y 1993, así como la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 2004 y de 2008. Además, alcanzó dos subcampeonatos en 1990 y 2014. Cuando le preguntaban por su salida del poder, respondía casi siempre lo mismo: «No estoy acostumbrado a dar un paso al costado. Mientras me dé la salud, seguiré como presidente de la AFA. Si es posible saldré con los pies para adelante».