Dos años de papado de Francisco
El 13 de marzo de 2013 Jorge Mario Bergoglio era elegido Sumo Pontífice.El ex arzobispo de Buenos Aires caracteriza su pontificado por el empeño en mostrar una Iglesia misericordiosa y de puertas abiertas. En una institución anquilosada, intenta cambios en la Curia romana, en las finanzas del Vaticano y asumió el estigma de los curas abusadores.
En el cuarto 201 de la Domus Sanctae Martae el despertador suena, cada mañana, puntualmente a las 4:45. No hay ayudantes, mayordomos ni ritos particulares para la toma de hábito. Francisco hace todo solo y deja de lado con naturalidad costumbres nacidas hace siglos. Dos años atrás, el cardenal Jorge Mario Bergoglio ocupaba el cuarto 207 de la misma residencia. Cuando se transformó en el líder de la Iglesia Católica, el argentino que vino «casi desde el fin del mundo» se limitó a mudarse del cuarto 207 al 201 y abrió una era de cambios radicales que, para muchos analistas, están destinados a definir el futuro del cristianismo.
Los principales diarios de Italia celebran con entusiasmo el segundo año «del pontificado que cambió el rostro de la Iglesia Católica». Bergoglio es el único líder que logró obtener la simpatía de la prensa de izquierda y de derecha, y se transformó en un referente indiscutido: su opinión, muchas veces políticamente incorrecta, es «palabra santa».
La sintonía entre Francisco y sus seguidores comenzó enseguida. El Papa hizo del contacto con la gente su pan cotidiano: viaja con el papamóvil, alimenta el contacto físico con los fieles y dedica un minuto a todo aquel que se lo pida. Su sencillez, vocación por los pobres y empeño por mostrar una Iglesia misericordiosa y con las puertas abiertas hizo que muchos de los más de 1200 millones de católicos de todo el mundo recuperen el orgullo de su fe, desencadenó interés en un número inconmensurable de personas que volvieron a interesarse en el mensaje de Jesús e hizo que «ser católico» volviera a estar de moda.
Uno de los grandes méritos que se le reconocen a Bergoglio es el de haber terminado con la «autorreferencialidad» de la Iglesia y el de haber abierto «la casa de Dios» a los más necesitados. En una entrevista de septiembre de 2013 con la revista La Civiltà Cattolica, Francisco dejó en claro cuál debería ser la tarea principal de la institución: «La veo como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto.»
Cambiar el estilo, formal y arcaico de sus predecesores, le costó poco; su frescura y espontaneidad fueron suficientes para que se hablara de un hombre «normal», que no cree en los poderes especiales que derivan del ocupar el trono de San Pietro. Sin embargo, para las transformaciones de fondo, Francisco tuvo (y tiene) que luchar con resistencia internas y con poderes arraigados en siglos y siglos de historia. Como un castillo que se construye con esfuerzo y paciencia, el Papa está llevando a cabo una reforma profunda de la organización eclesiástica. Para ello comenzó por su corazón y vértice: la curia romana, un organismo corroído por la ambición, los grupos de poder y la resistencia al cambio de una parte del clero. Para ayudarlo en esta tarea, el Pontífice número 266 de la Iglesia Católica constituyó un grupo compuesto por ocho cardenales para aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia Universal y estudiar un proyecto de revisión de la curia romana.
Otra de las señales fuertes de ruptura con respecto al pasado fue la voluntad por transparentar las finanzas de la Santa Sede. Para ello, Francisco creó una comisión referente al Instituto de Obras para la Religión: una estructura investigadora para reformar el llamado «Banco de Dios», envuelto desde hace años en numerosos escándalos financieros.
La férrea voluntad de cambio de Francisco se reflejó, además, en uno de los temas más sensibles que aquejan al clero: los sacerdotes acusados de abusar de menores de edad. En este ámbito, pocos meses luego de ser electo, Bergoglio recibió en una audiencia privada al arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a quien le pidió que «accione con decisión en lo que se refiere a los casos de abusos sexuales, promoviendo, sobre todo, la protección de los menores». Mediante un motu proprio (decreto) Francisco reformó, además, el sistema penal de la Santa Sede, aboliendo la cadena perpetua y agravando las penas para los casos de abusos de menores y blanqueo de capitales.
Entre otras hitos,según Tiempo Argentino el ex arzobispo de Buenos Aires fomentó el diálogo interreligioso al asegurar, pocos días después de ser electo, que la Iglesia debe «intensificar el diálogo con el Islam» y con los «no creyentes», y se erigió como un líder espiritual moderno, adquiriendo un enorme peso geopolítico, como demostró su mediación entre Estados Unidos y Cuba para lograr que normalizaran sus relaciones.