La durísima carta de los autores por la megafiesta de Telefé
Por Sergio Vainman, presidente del Consejo profesional de Televisión de Argentones. Publicada en Tiempo Argentino.
El martes 7 de abril, Telefe festejó sus 25 años en pantalla con una fiesta descomunal, para la cual fue necesario alquilar un estadio con la capacidad del Luna Park, porque con menos no alcanzaba.
Un festejo a todo trapo, podría decir alguno; sin fijarse en gastos, agregaría otro; tiraron la casa por la ventana o rompieron el chanchito, gritaría la tribuna.
La realidad es que fue un fiestón donde el lema repetido hasta el hartazgo fue: «Juntos», aunque esa consigna –paradójicamente– no se cumplió.
Se juntaron casi todos, pero algunos quedaron afuera.
Se homenajeó a muchos, a otros se los ninguneó.
Se invitó a una enormidad de gente, tanta que se agotaron los fondos –parece– porque a una comunidad entera se la obvió olímpicamente.
Hubo lugar para todos menos para los autores.
Si a Telefónica no le alcanzaba la plata para esos cubiertos extra, podrían haber hecho lo que hacen los jóvenes, que invitan a sus amigos a las grandes fiestas familiares después de las doce, para que vayan comidos y llevando cada uno su bebida para el brindis. Los autores, conocedores de la necesidad y artífices de lo imposible, habrían comprendido, procurándose sin duda alguna botella de sidra o de champán para participar del brindis por el éxito obtenido por decenas de obras que Telefe –a lo largo de estos 25 años tan gloriosamente recordados– puso en el aire y que, fíjense ustedes qué curioso, salieron de sus cabezas, de sus corazones, de su talento y de su esfuerzo.
Si algún extraterrestre hubiese visto la transmisión de esta faraónica fiesta de Telefe habría quedado firmemente convencido de que en este planeta el éxito no necesita de autores. Es el planeta de los productores, de las empresas multiplataforma y las entidades multinacionales. El planeta de las pelotas.
No hablemos ya de ser invitados, muchísimo menos de subir al escenario a recibir algún aplauso; los autores ni siquiera fueron nombrados. Se aplaudió a rabiar a Amigos son los amigos, Grande Pá, Mi cuñado, Chiquititas, Bella y Bestia, Verano del 98, Resistiré, Montecristo, Vidas robadas, Graduados, Dulce amor y muchas más. Subieron sus protagonistas a recibir el generoso aplauso de colegas e invitados. Se vieron escenas de esas obras. Pero a nadie, comenzando obviamente por los organizadores y dueños de la fiesta, se le ocurrió dedicar una palabra, una sola, a la tarea de los hombres y mujeres que escribieron esas ficciones de las que tan orgullosa se siente la empresa licenciataria, y que lograron –al decir del conductor– que el país entero se paralizara para mirarlas. Esas ficciones con las cuales Telefe fue y sigue siendo líder de audiencia tienen autores, pero fueron vergonzantemente escondidos a la hora del festejo, como esos parientes pobres que la familia prefiere no mostrar ante sus relaciones, no vaya a ser cosa que los invitados se confundan.
No había peligro de que esto ocurriera, porque la constelación de estrellas convocadas alcanzaba y sobraba para que el público pudiera vivar a sus favoritos hasta el cansancio. Era simplemente un acto de estricta justicia, un sencillo reconocimiento de paternidad de las obras, en medio de tanta euforia y tanto grito. Con algo breve bastaba: un nombre y una función, pero no. La voracidad no conoce límites, ni aún a la hora del champán.
Para los autores, no hubo nada. Ningún lugar, sólo el olvido.
Tal vez nombrarlos restara tiempo a los elogios y los homenajes, quizás incluirlos desmintiera la imagen de una megaempresa omnipresente, creadora de todo y de todos, más allá de los hombres. A lo mejor hacerlos visibles significara tener que reconocerle –necesariamente– derechos sobre sus creaciones.
Vaya uno a saber cuál de estas razones pesó más a la hora del desprecio, aunque en el modelo económico que estas empresas plantean se podría adivinar claramente. Pero sin importar siquiera cuál haya sido, en medio de un despliegue ostentoso y cargado de lujo, el ninguneo existió.
Verdaderamente, una vergüenza tanta mezquindad.