Cómo viven las nuevas generaciones de menonitas
Las comunidades de los cristianos menonitas conviven en el Chaco boliviano con la tradición criolla y campesina, pero con sus propias normas: sin luz eléctrica y apartados de la tecnología, desarrollan una vida dedicada a la religión, la agricultura y la ganadería comunitaria.
Caminos polvorientos que discurren entre colinas permiten al proyecto de la cooperación española «Chaco Ra’anga» llegar a El Breal-Colonia Sur, una comunidad menonita ubicada en el departamento sureño de Tarija, a pocos kilómetros de la frontera con Argentina.
Súbitamente, los habituales vehículos 4×4 que circulan por las complicadas carreteras bolivianas desaparecen. Solo carros tirados por caballos pueden verse en los caminos.
Hombres y mujeres rubios de alta talla y de ojos claros, vestidos todos iguales, viajan con calma en sus carretas con ruedas de metal bordeando ordenadas viviendas de color blanco, cada una con su propia parcela para el cultivo.
Las mujeres usan largos vestidos y se cubren el cabello con pañuelos y anchos sombreros, mientras que los hombres llevan todo el tiempo los típicos mamelucos vaqueros para el trabajo en el campo.
Bidones de leche esperan en la puerta de cada hogar para que la cooperativa que organiza la economía de la comunidad las lleve a la fábrica de quesos comunitaria.
Sin luz eléctrica, televisión o radio, sus hogares transportan a los inicios del pasado siglo. Entre sí hablan un dialecto del alemán denominado plautdietsh, cuyo significado es «alemán bajo», aunque en las escuelas se estudia el idioma oficial de Alemania.
La única escuela de la comunidad permite estudiar a los niños y niñas hasta los 12 años y no les enseña español. A partir de ahí, aprenden de sus padres y madres las labores que se les asignan, explicó a Efe Abraham Rempel, líder administrativo de la comunidad que acepta visitas turísticas una vez al mes.
Las mujeres usan largos vestidos y se cubren el cabello con pañuelos y anchos sombreros, mientras que los hombres llevan todo el tiempo los típicos mamelucos vaqueros para el trabajo en el campo.
Bidones de leche esperan en la puerta de cada hogar para que la cooperativa que organiza la economía de la comunidad las lleve a la fábrica de quesos comunitaria.
Sin luz eléctrica, televisión o radio, sus hogares transportan a los inicios del pasado siglo. Entre sí hablan un dialecto del alemán denominado plautdietsh, cuyo significado es «alemán bajo», aunque en las escuelas se estudia el idioma oficial de Alemania.
La única escuela de la comunidad permite estudiar a los niños y niñas hasta los 12 años y no les enseña español. A partir de ahí, aprenden de sus padres y madres las labores que se les asignan, explicó a Efe Abraham Rempel, líder administrativo de la comunidad que acepta visitas turísticas una vez al mes.