De la tumba del ALCA al nacimiento de un nuevo paradigma
Por Manuel Alfieri
Se cumple una década de la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, cuando cinco presidentes rechazaron, en la cara de Bush, el tratado de libre comercio que quería EE UU.
«Hemos venido con una pala, porque en Mar del Plata está la tumba del ALCA”, gritó Hugo Chávez en el estadio mundialista de la ciudad balnearia. A su lado, Diego Armando Maradona sonreía y mostraba su remera con la inscripción “Bush criminal”. Miles de personas lo ovacionaban mientras ondeaban banderas argentinas, venezolanas, bolivianas, con los rostros del “Che” Guevara y Fidel Castro. Más atrás aparecía otra con las caras de Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva, los “tres mosqueteros” que ese histórico 5 de noviembre de 2005 enterraron definitivamente al ALCA, retrató Tiempo Argentino.
Aquella gesta cumple hoy diez años. Tuvo todos los condimentos para ser histórica: la presencia de George W. Bush, por entonces presidente de Estados Unidos; una movilización popular gigantesca que se plantó frente a los planes imperiales y un despliegue policial de dimensiones cinematográficas. Fue, además, el puntapié inicial para comenzar a diagramar un proceso de integración regional distinto al de los años ’90. En ese nuevo esquema, fue un pilar fundamental el cuestionamiento de los tratados de libre comercio (TLC) impuestos por la Casa Blanca, tan caros a la era neoliberal y con consecuencias tan nocivas para las poblaciones y las economías del Cono Sur.
El ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) había nacido en la primera Cumbre de las Américas de la OEA, celebrada en Miami en 1994. Fue el primer intento de Estados Unidos para integrar a todo el continente –desde Alaska a Tierra del Fuego- bajo el mando del libre mercado. Estaba basado en la llamada doctrina Monroe, de principios del siglo XIX: “América para los americanos”. Una frase que más tarde tuvo su correlato en la famosa política del “patio trasero”. Los 34 presidentes que se reunieron en Miami –todos los de la región, salvo Cuba- no expresaron cuestionamiento alguno a los planes de la Casa Blanca.
Algo parecido ocurrió cuatro años después, en 1998, cuando la OEA realizó una cumbre en Santiago de Chile. Eran tiempos del Consenso de Washington, en los que el ex presidente Carlos Saúl Menem, como otros mandatarios de la región, solía ufanarse de su gran amistad con George Bush padre.
La voz de Chávez
Las cosas comenzaron a cambiar recién en una tercera cumbre celebrada en Québec, Canadá, durante 2001. Hugo Chávez, que había asumido la presidencia venezolana en diciembre de 1998, fue el único que se opuso al ALCA. En solitario, comenzó a construir una alternativa al carnaval neoliberal y denunció, una y otra vez, aquel tratado que propiciaba “el saqueo de los países ricos sobre los países pobres”.
La irrupción de Chávez, combinada con la explosión de fenomenales crisis sociales, políticas y económicas en distintos países de la región, abrió la puerta a una serie de procesos populares que, con sus matices, coincidieron en la necesidad de encarar nuevas relaciones internacionales. Néstor Kirchner y Lula da Silva llegaron al poder en 2003 y ya ese año firmaron el “Consenso de Buenos Aires”, un documento de cuatro carillas en el que rechazaron el histórico unilateralismo diplomático y acordaron la implementación de políticas sociales para hacer frente a la extrema desigualdad producto de años de neoliberalismo. Las relaciones entre ellos, sin embargo, no fueron muy cercanas hasta poco antes de la cuarta cumbre de la OEA en Mar del Plata, donde Estados Unidos planeaba cerrar el ALCA de una vez por todas.
La llegada de Bush al país provocó la organización de diferentes manifestaciones. Más de 20 mil personas recorrieron las calles marplatenses al grito de “Bush, fascista, vos sos el terrorista”. El músico francés Manu Chao brindó un recital gratuito dedicado al “mayor terrorista del mundo, el mayor peligro para nuestros hijos: George W. Bush”.
El presidente de Estados Unidos venía de lanzar las invasiones contra Afganistán, en 2001, e Irak, en 2003. Dos incursiones que despertaron el rechazo de la población mundial y que obligaron a blindar todos los movimientos de Bush en Mar del Plata con un operativo de seguridad inmenso: Policía Federal, Bonaerense, Gendarmería y hasta agentes de la CIA fueron desplegados por la ciudad costera, sobrevolada por helicópteros y aviones caza de la Fuerza Aérea.
La cumbre de la OEA se desarrolló entre el 4 y el 5 de noviembre de 2005. En paralelo, se celebraba la tercera Cumbre de los Pueblos, una suerte de contra-cumbre en la que movimientos sociales, políticos e indígenas de toda la región se reunieron para decirle No al ALCA. Además de Maradona, en el estadio mundialista también estuvieron Adolfo Pérez Esquivel, Silvio Rodríguez y Evo Morales, entre otras figuras. Todos ellos, al igual que otras 40 mil personas, estallaron cuando Chávez lanzó el recordado “ALCA, ALCA… ¡Al carajo!”.
Ganar por cansancio
El venezolano ya había acordado junto con Kirchner y Lula el armado de un bloque para oponerse al ALCA, al que luego se sumaron el presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, y el paraguayo, Nicanor Duarte Frutos. Años después, Chávez contó que en los días previos a la discusión dentro de la asamblea de la OEA, Kirchner le dijo: “Hugo, ven acá. Cuando yo necesite que alguien hable, hable y hable para cansarlo (a Bush), te doy la palabra sin que tú la pidas. Vamos a derrotar a esta gente por cansancio”.
Chávez le hizo caso. “Me dio la palabra como tres veces. Y yo hablé media hora, una hora… Como yo hablaba, Bush se paraba. No le gustaba oírme a mí. Y lo fuimos cansando y lo derrotamos”, relató el fallecido líder bolivariano, que recordó entonces a Kirchner como “un buen conspirador, un gran patriota”.
Las caras y los gestos de Bush durante la cumbre lo dicen todo. Ante cada crítica de Chávez o Kirchner, buscaba respuestas en la mirada del presidente mexicano, Vicente Fox, y el primer ministro canadiense, Paul Martin, sus dos mayores socios.
Evidentemente molesto, en un momento de la reunión soltó: “Yo no sé por qué hay tanta discusión con esto del ALCA. Simplemente se trata de defendernos de los chinos.”
Poco antes, Kirchner le había dicho, en la cara, que “las políticas que se aplicaron (durante los ’90) no sólo provocaron miseria y pobreza, en síntesis la gran tragedia social, sino que además generaron inestabilidad institucional” y “la caída de gobiernos democráticamente elegidos en medio de violentas manifestaciones populares”. Y remató: “No nos vengan aquí a patotear”.
Lula tuvo un papel más silencioso que Kirchner y Chávez, pero sin el apoyo del presidente del país más importante del continente–a nivel económico y demográfico-, el rechazo al tratado hubiese sido imposible. Como contó la periodista Stella Calloni en el libro Del NO al ALCA a Unasur, coordinado por Juan Manuel Karg y Agustín Lewit, Lula tuvo que actuar con sumo cuidado. “Quien gobierna Brasil tiene que ser tan delicado como un piloto de avión. Los movimientos son todos medidos, porque son cuatro países dentro de un solo país. Y hay que gobernar aquello”, le dijo a Calloni el economista y pensador brasileño Celso Furtado.
Aunque finalmente la mayoría de los países de la OEA apoyó la firma del ALCA, sin consenso no había posibilidad de acuerdo. La oposición de Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay y Paraguay provocó que el tratado se desmoronara ese mismo 5 de noviembre. Ni siquiera hubo chances para llamar a una nueva reunión que permitiera su aprobación. El ALCA, como dijo Chávez, quedó definitivamente enterrado.
Cambio de época
De aquella sepultura brotó una nueva era a nivel regional. Fue un espaldarazo político para Chávez, Lula, Kirchner y Tabaré, a quienes se sumaron Evo Morales y Rafael Correa, que ganarían las elecciones en Bolivia y Ecuador, respectivamente, en 2006.
Entre todos ellos comenzaron a forjarse vínculos más estrechos, algo inédito en Latinoamérica. De ese encuentro nacieron, por ejemplo, dos bloques regionales fundamentales para el proceso de integración: Unasur y CELAC. El progresivo alejamiento de Washington implicó, además, un mayor acercamiento con otras potencias, como Rusia y China.
El No al ALCA representó también un quiebre en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. La Casa Blanca debió replantearse toda su estrategia en la región. Algo que ahora se ve reflejado en el restablecimiento de relaciones con Cuba, tras más de 50 años sin vínculos.
También cambió su postura en las sucesivas cumbres de las Américas organizadas por la OEA. En 2009, Barack Obama debió soportar que Chávez le regalara un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. En la de 2012, enfrentó un repudio generalizado por la histórica exclusión de Cuba. Y en la de este año, retrocedió un paso más en su nivel de injerencia cuando recibió una catarata de críticas por declarar a Venezuela como una “amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Sin embargo, la Casa Blanca no se quedó de brazos cruzados. En 2011, e impulsada sigilosamente por Washington, nació la Alianza del Pacífico, un bloque formado por Chile, Perú, Colombia y México, cuatro países con los que Estados Unidos mantiene estrechas relaciones. Luego vino la firma del Tratado Transpacífico de Asociación Económica (TPP), un acuerdo de libre comercio cerrado hace algunas semanas y que tiene por objetivo contrarrestar el poder comercial de su máximo competidor internacional: China.
A eso se suma la constante intromisión en la política latinoamericana a través de maniobras desestabilizadoras apoyadas en medios de comunicación, grandes multinacionales, fundaciones, ONG y partidos políticos de oposición financiados desde el norte. Un problema que sufrieron todos los gobiernos populares de la región y que tiene como único objetivo la imposición de una restauración conservadora.
Pero, además de las amenazas externas, Latinoamérica enfrenta desafíos internos en un contexto económico que no es el mismo de hace diez años. Por eso urge la puesta en marcha del Banco del Sur y la transformación del modelo productivo, que tiene a varios países prisioneros de su perfil exportador de materias primas. Por otro lado, ya no están presentes algunos de los máximos referentes regionales, como Chávez y Kirchner, mientras Lula amaga retomar la presidencia brasileña en 2018. Tres mosqueteros que le vendrían muy bien a la región en un momento extremadamente delicado.