Charly García brindó un show sorpresa en el que presentó Random, su último disco
Proyectados en una pantalla y en slow-motion, los vuelos 11 y 175 de American y United Airlines respectivamente fueron llegando a su encuentro con las Torres Gemelas hasta detonarlas. Como si las imágenes del 11 de septiembre fueran un big bang para este encuentro, fue en ese preciso momento en el que se terminaron de apagar las luces de la sala Caras y Caretas 2037 (ubicada en el edificio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo), dando el pie al ingreso del guitarrista Kiuge Hayashida, el baterista Toño Silva, y el bajista Carlos González. Una vez que estuvieron en sus lugares, apareció Charly García, de traje, sombrero y una remera de la… ¡NASO! (el logotipo de la agencia espacial estadounidense, intervenido como guiño vicioso), escoltado por Zorrito Von Quintiero y Rosario Ortega, que lo ayudaron a acomodarse frente a sus teclados y ipads: que la movilidad de Charly está complicada ya no es ninguna novedad para casi nadie, menos para las poco más de 385 personas que coparon el auditorio, por eso más que sorpresa hubo una gran ovación.
Un estallido de alegría que comenzó durante la tarde del jueves, cuando fue tomando forma el rumor de que García daría un show en Buenos Aires para presentar Random, su última obra. Apenas pasadas las 17.30, en su facebook oficial colgó una carta, de puño y letra, confirmando la noticia, invitando a sus «queridos fans» y explicando que decidió crear una máquina que le de felicidad motivado por el hartazgo «de las religiones que no unen a la gente y sospechando el final de este planeta». Y si el final está cerca, entonces había que aprovechar la oportunidad, una de las últimas para disfrutarlo en vivo y comprobar que, después de todo, sigue teniendo forma humana. Si en esta semana muchas personas no habituadas a los conciertos de rock se enteraron de que al más grande de todos se puede acceder sin entrada, es bueno que sepan también de que en la mayoría de estos eventos los asistentes hacen la correspondiente fila y abonan en boletería su valor. En este caso, el ticket costaba 1000 pesos y se agotaron rápidamente; ningún medio de prensa fue acreditado, instándolos a pagar por su boleto… o a recurrir a contactos ajenos al entorno de Charly para conseguir el acceso. Así, Sarmiento y Ayacucho lucía copada por la fascinación generada por García: “Borombombóm, borombombón, esta es la banda de Say No More”, fue el cantito de la previa, recuperado de las épocas en las que se lo podía ver más seguido en vivo.
Una vez adentro y tras los avionazos, La máquina de ser feliz fue el puntapié para que el disco nuevo sonara entero, en orden, de punta a punta y disfrutado como si ya fuera un clásico. Los fans se sabían todas las letras de las canciones, incluso más que el propio Charly, que las cantó cuando quiso o cuando pudo, ayudado por un teleprompter. Por momentos todo se volvía un karaoké; por otros, su cantar ronco prendía una luz de esperanza. Esperar por aquella voz hace tiempo que es en vano; hasta sería injusto reclamárselo. Porque desde hace un tiempo que adoptó el “lo que ves es lo que hay” como método performático. Con Rosario Ortega y los coros de Hayashida se llenaron esos huecos vocales, mientras el Zorrito Von Quintiero dirigía los cortes y las vueltas de la banda.
En tanto, la música de Random adquirió mayor profundidad acentuándose sus perfiles rockeros y melódicos, especialmente en las muy buenas versiones de Rivalidad y Lluvia, quizás las dos mejores del álbum. Al mismo tiempo, el aspecto cinematográfico del trabajo se resaltó con escenas de películas clásicas (Toro Salvaje, Singing In The Rain), imágenes de archivo de Charly en acción (en vivo, pintando paredes, saltando de un noveno piso hacia una pileta), los “milagros” de los pastores brasileños para Amigos de Dios, las Ronettes cantando su hit Be My Baby en un estudio de televisión deschavando el parecido con la base de Spector, los Beatles durante Mundo B… Para el final se guardó cinco distintos momentos de su repertorio anterior, comenzando por Yendo de la cama al living. Después, en Me siento mucho mejor, Charly se limitó a hacer los coros y a tocar un bajo algo desafinado. Luego dijo “este lo compuse porque era esto… o la muerte” para presentar Asesiname. Y por último, dos títulos que pueden ser leídos como mensajes de Charly para el resto de los mortales: una versión acelerada de No llores por mí, Argentina (Serú Girán) y la definitiva El aguante, que García decidió tocar mientras sus compañeros y sus allegados en bambalinas le sugerían ir terminando con el recital, tras poco más de una hora. Decirle a Charly que ya no puede tocar más, siempre generó el efecto contrario. Esta vez no, porque aunque ya se ganó su cheque en blanco, tampoco hizo falta más.
Fuente: Clarín