Diego Buonanotte le hizo un golazo a River
Sus caminos se bifurcaron hace casi cuatro años. Y desde entonces, aunque muchas veces se habló de una vuelta, River y Diego Buonanotte no volvieron a unirse. De hecho, ayer estuvieron frente a frente. El Monumental fue el escenario en el que Buonanotte volvió a destacarse, a ser la figura de la tarde. Pero no con la camiseta de River sobre su pecho, y sí con la de Quilmes , en una tarde a la que no le faltó una importante cuota de morbo, porque el hombre nacido en Teodelina se encargó de anotar uno de los goles cerveceros.
River se había puesto en ventaja unos minutos antes, cuando Buonanotte combinó con Bieler, se hizo espacio dentro del área y con un remate cruzado dejó parado a Barovero. Golazo. No lo festejó, aun cuando en los días previos al partido había dicho que tenía ganas de celebrarlo. Por el contrario, elevó los brazos y los juntó en un inequívoco gesto de disculpas. Pero, además del gol, redondeó una muy buena tarea. Porque tuvo un papel protagónico dentro del partido, se mostró muy participativo y siempre pidió la pelota; buscó asociarse con Droopy Gómez en la creación y también acompañó a Bieler en el ataque, tal como sucedió en el primer gol. En el fragor de una tarde intensa, sufrió un par de murras, incluida una infracción bastante fuerte de Kranevitter.
Los hinchas lo aplaudieron cuando su nombre se escuchó por los altoparlantes en el momento que se anunció la formación de Quilmes, pero no hubo más que eso. Pasaron años, meses, muchas semanas y días lejos del Monumental, ese lugar en el que supo ser campeón y goleador. Después de mucho tiempo, Buonanotte regresó a Núñez. Pero ingresó en el vestuario visitante. «Venir a jugar aquí, pero entrar por el otro lado, es algo extraño, sí. Aunque me debo a Quilmes, que es el club que me dio la oportunidad y me abrió las puertas», señaló después del 2-2.
«No grité el gol por respeto a la gente de River. No fue fácil porque hacía rato que no se me daba el gol, y yo siempre me acostumbré a estar cerca del gol. Por eso, volver a anotar fue, por un lado, una sensación linda, pero también un poco extraño porque se dio contra River, que es el club en el que me crié», amplió Buonanotte, que en la Argentina no anotaba desde octubre de 2010, en un empate 1-1 contra Racing.
«River juega muy bien, y la verdad que empatar nos deja un sabor muy lindo. Sacamos un punto ante un rival que es el mejor; empatar acá después estar abajo en el resultado nos pone contentos. Por momentos también jugamos bien; se peleó, se luchó, se hizo un sacrificio importante. Por cómo se dio el partido, fue como una victoria», evaluó el muchacho que, a los 26 años, volvió a la Argentina luego de un paso por el exterior en el que los rendimientos no se correspondieron con las expectativas.
Surgió en River como una gran promesa. A los 20 años, fue uno de los mejores en el equipo que ganó el Torneo Clausura 2008, y poco después integró la selección que obtuvo la medalla dorada en los Juegos de Pekín, aunque sólo disputó un encuentro. Después llegaría el accidente automovilístico y la tragedia que le cambió la vida. Y el tiempo de emigrar, de buscar nuevos aires.
Atrás quedó una etapa irregular en Málaga, el club que había pagado 4,5 millones de euros por su pase en 2011; tampoco le fue bien en Granada, y menos todavía en el mexicano Pachuca, que prácticamente lo despidió hace algunas semanas, tras apenas unos meses huérfanos de goles. El Cervecero, dirigido por Julio Falcioni, le dio la oportunidad de volver a la Argentina. Y volvieron las ganas de jugar bien, de mostrarse y de demostrar que no se olvidó de aquellos tiempos en los que su diminuta figura atraía todas las miradas. «Mi carrera es un poco especial. Pasaron muchas cosas que me marcaron y cambié en varios aspectos, tanto en lo humano como en lo futbolístico. Después de todo lo que viví, no disfrutaba de muchas cosas, pero de a poquito voy encontrando las ganas nuevamente», le contó a LA NACION hace unos días sobre las sensaciones que envolvieron su regreso.
El domingo por la noche lo encontró saliendo de las entrañas del Monumental con una sonrisa; acaso como no le pasaba hace un tiempo; quizás como en aquellos días en los que una banda roja le cruzaba el pecho. Pero esta vez traspasó la puerta del vestuario visitante, distante del que pisó tantas veces. Por esas vueltas que tiene la vida, Buonanotte desplegó su fútbol sobre el verde césped de Núñez. Pero con otros colores. Y no, no podía ser un domingo más. Fue el domingo de Buonanotte.