El cine argentino acaparó la atención en Mar del Plata
LA PREMIERE MUNDIAL DEL ÚLTIMO FILME DE ALEJANDRO AGRESTI, «MECÁNICA POPULAR», Y EL ESTRENO ARGENTINO DE «LA LUZ INCIDENTE», DE ARIEL ROTTER, QUE INGRESARON EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL, PUSIERON HOY A LA CINEMATOGRAFÍA ARGENTINA EN EL CENTRO DE LA ESCENA DEL FESTIVAL DE CINE DE MAR DEL PLATA, QUE SE DESARROLLA EN ESTA CIUDAD ATLÁNTICA HASTA EL PRÓXIMO SÁBADO CUANDO ENTREGUE SUS PREMIOS.
Se trata de los películas que, más allá de compartir el origen y la lengua difieren en sus procedimientos, intenciones y puestas, siendo la de Agresti conversacional, ríspida y exaltada y la de Rotter un viaje más sensorial, refinado y de tonos bajos.
Con estas dos películas Argentina cierra su participación en la Competencia Internacional luego de que el sábado se viera «Eva no duerme», de Pablo Agüero, el tercer crédito nativo que compite por el Astor de Oro.
La premiere de «Mecánica Popular» marcó también el regreso de Agresti al cine argentino luego de su experiencia en Hollywood con «La casa del lago» y el regreso al Festival de Mar del Plata después de su accidentada participación con «Valentín», bellísima película del director de «Buenos Aires viceversa», que se alzó en 2003 con el Premio Especial del Jurado en ese festival en que estuvo a punto de ser descalificada por haberse exhibido previamente en Biarritz.
Película conversacional y de actores, «Mécanica Popular» cuenta con protagónicos a cargo de Alejandro Awada, Patricio Contreras, Romina Ricci y Marina Glezer y, con vueltas al pasado, transcurre a lo largo de una noche y una mañana.
Awada es un antiguo y asentado editor, primero de obras filosóficas y ensayos y luego de ficción, Glezer una joven aspirante a escritora que lo visita una noche en la editorial, Contreras un extraño sereno del edificio y Ricci el recuerdo de la mujer joven de Awada, en un trabajo que convoca duelos y triángulos actorales en los que los cuatro se sacan astillas.
Sobre estos personajes, Agresti teje una trama altamente discursiva, donde quedan en interrogación cuestiones vinculadas al snobismo intelectual porteño, la lucha de clases cultural, los moldes que impone el mercado a la creación artística, el amor, los renuncios y las decisiones que se van tomando a lo largo de la vida.
El relato arranca de mañana pero inmediatamente remite y se intercala con lo acontecido la noche anterior, cuando por motivos que no sirve develar Mario Zavadikner (Awada) se dirige a la editorial, donde lo sorprende Silvia Beltrán (Glezer), una joven dispuesta a suicidarse si su novela no es leída y que cuenta también con las apariciones reales de García (Contreras) un leído vigilador de la seguridad del edificio, y la fantasmagórica de Silvia (Ricci), mujer de Zavadikner.
Toda la película transcurre en un único ambiente (la editorial) y su esqueleto despojado podría ser pensado también como una obra teatral.
En segundo término se vio «La luz incidente», logradísimo y refinado relato de Rotter que toma el segmento de la vida de una mujer (Erica Rivas) que va entre el duelo por su marido fallecido y las decisiones que debe tomar, sola y con dos hijas, ante las avanzadas amorosas de un nuevo pretendiente en una sociedad «bien» donde el matrimonio y la familia son parte de las obligaciones sociales.
Con grandes actuaciones, una atmósfera sugerente y de una capacidad sensitiva notable, Rotter construye en su tercera película y luego de «El otro», un filme de profundo alcance sensorial en la descripción casi anatómica del dolor y la angustia de una mujer ante la pérdida, con un exquisito blanco y negro y una cierta languidez que acentúa las pertenencias sociales.
Ambientada entre fines de los 50 y comienzos de los 60, Rotter contó luego de la exhibición de la cinta que se trata de «un intento de construir una posible memoria familiar» donde todos los elementos presentes en la película son de una cercanía y una proximidad muy particulares.
Estupendo trabajo de Rivas (una vez más) y también justísimas actuaciones de Marcelo Subiotto (como el nuevo pretendiente) y Susana Pampín (como la madre), terminan de dar el clima apropiado y profundamente sugerente a una película que tiene una ambientación de época superlativa y una delicadeza avasalladora para ir imponiendo capa sobre capa las vicisitudes de un drama sin resolver donde se juegan el dolor, las obligaciones y lo incierto.