Evita en clave feminista
¿Cómo fue capaz una mujer de irrumpir de esa manera en la escena política argentina para dar semejante vuelco en la historia? Movilizó pasiones a la altura de la propia, generando a su alrededor un torbellino de tanto amor como misoginia.
“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana en horas de la mañana al Ministerio de Trabajo y Previsión donde se instalará la capilla ardiente”, leyó el locutor de Radio del Estado, Jorge Furnot. Fue a las nueve y treinta y seis minutos que el pueblo se enteró y debe de haber sonado como trueno el estertor de tantos corazones argentinos desgarrados al escucharlo. Le prometieron la inmortalidad y la tuvo. Estampitas en todos los hogares, piecitas de ranchos y monederos. Un capítulo en cada libro de historia. Días de gente esperando bajo la lluvia para despedirla. Velada en el mismísimo Ministerio de Trabajo, custodiada en el seno de la CGT, rodeada por cuadras de antorchas encendidas y abarrotadas que no fueron más que el reflejo del fuego de dignidad que encendió ella en el pecho de los humildes. ¿Cómo fue capaz una mujer de irrumpir de esa manera en la escena política argentina para dar semejante vuelco en la historia? Movilizó pasiones a la altura de la propia, generando a su alrededor un torbellino de tanto amor como misoginia. Desde la CGT clamando por su vicepresidencia, hasta el partido peronista femenino como llave de entrada de todas a la política, desde el desenfrenado amor de y por los humildes hasta el Viva el Cáncer que la indigna oligarquía marcaba con odio en las paredes. Una “puta” que ascendía a Primera Dama de mínima debía quedarse callada, respetar y amigarse con el statu quo al que pertenecía. El lugar que era esperado era el de la beneficencia y la corrección, como a toda mujer. Sin embargo ella, lejos de la caridad verticalista, inesperadamente se zambulle en el barro popular desde donde construye su carrera política junto a lo “impropio”, tan impropio como una mujer haciendo política. Asimismo, es también la única que fue coronada por ese mismo barro como una santa, como una madre, como la jefa espiritual de la Nación. Ningún otro honor más deseado por ella. La vehemencia de su puño cerrado sublevando honor en la pobreza, la fiereza de su gesto frente al micrófono, las respuestas tajantes a una oligarquía soberbia la hicieron blanco de un odio (no tan) irracional. Pero ante todo fue su potencial revolucionario que una vez muerta incluso se siguió perpetuando en el orden simbólico de su figura y aquello a lo cual apuntaron para aleccionar. Ese odio que la llevó a ser el primer cuerpo desaparecido de la Argentina «por lo que podía significar para las masas» hoy lo entendemos y explicamos como lisa y llana misoginia. Patriarcado y capitalismo encarnados en machos que llegan a la bajeza de obsesionarse con un cadáver y que, en sí, constituyen una alianza ideológica tan bastarda y cínica que expresa las perversiones de las que son capaces (y para las cuales educan) ambos sistemas. Sí, hablamos de sistemas porque si hablamos de misoginia nunca es uno solo el victimario, ni un caso aislado, ni un crimen pasional, ni un loco suelto que le pegaba. Si hablamos de misoginia sabemos que hay un patrón que se repite y expresa en el cuerpo de las mujeres llamadas al orden, a la corrección, por parte de los sujetos dominantes. La misoginia es una de las bases para la opresión de las mujeres en las sociedades dominadas política y económicamente por hombres. Así como con el racismo y la aporofobia hace lo suyo la oligarquía. En Eva se expresaron tantos odios sociológicos que hoy es imprescindible hacer una lectura feminista de su figura para entender también quiénes somos, ante todo en un contexto electoral. Para entender también esa misoginia de los que salen a proclamar “Ah yo a Néstor lo bancaba, pero a Cristina…”. ¿A Cristina qué? La respuesta sería a Cristina no porque soy misógino (o misógina), porque no me banco que el poder lo tenga una mujer, y ni siquiera lo puedo decir. Son los gestos, son las formas, es la irreverencia y el poder lo que molesta subterráneamente y ni siquiera a veces es posible intelectualizarlo. Es un proceso cognitivo que habla de toda una vida leída en esa clave y tiene un nombre: misoginia, que quede claro. La contracara de toda esta trama de violencia es que al mismo tiempo la emergencia y la potencia de estas figuras, tal como lo sospechó el teniente coronel Moori Koenig (el que secuestró el féretro de Evita y lo mantuvo cautivo obsesivamente en su despacho) son irreversibles. Ya está hecho el “daño” cuando una nena le reza a Evita porque vio la Singer que recibió su mamá, cuando otra quiere ser presidenta como Cristina, cuando una joven se planta para reclamar su lugar y otra pone freno a los insultos que le propinan. Ya está hecho el daño porque rompe el enigma de lo que se puede y lo que no. Cuando se rompe el enigma de qué pasa cuando las dirigentes somos nosotras y ante todo, cuando se rompe el enigma de todo lo que puede una peronista. ¿Cuán grande tenés que ser para que aun a 100 años de distancia en la historia sigas encendiendo corazones de dignidad? Hoy a 67 años de tu muerte, seguimos acá, les de siempre llevando esa antorcha que acompaña y cuida. El amor de un pueblo agradecido.Andrea Conde es legisladora porteña y Presidenta de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud.