Guido Carlotto, a un año de recuperar su identidad

“El 5 de agosto me quedó hace 20 años. Todo lo que viví desde ese día fueron 20 años en uno solo”, reflexiona Ignacio Montoya Carlotto. Hace exactamente un año que es reconocido mundialmente como el nieto de Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, y desde ese día intenta adaptar su vida a esa nueva realidad. Eligió seguir viviendo en Loma Negra, donde se está construyendo su casa, así como llamarse Ignacio, nombre que le dio la pareja que lo anotó como hijo biológico y lo crió.

En este año vivió muchas cosas por primera vez. Debió escapar de su casa junto a sus amigos y su pareja luego de que se filtrara su nombre a la prensa, se encontró con su familia biológica, conoció a la presidenta Cristina Fernández y viajó por primera vez en avión para conocer al Papa Francisco y a Rafael Correa, presidente de Ecuador.

Olavarría también cambió en este último año. La ciudad del cemento se vio conmovida por la noticia de que Ignacio Hurban, prolífico músico y director de la Escuela Municipal de Música, era uno de los nietos buscado por Abuelas de Plaza de Mayo y que podía rastrear su sangre hasta La Plata y Caleta Olivia. Su aparición, así como el posterior juicio de Monte Peloni, sacudió a un sector de la sociedad, que comenzó a revisarse el rol de la todopoderosa empresa Loma Negra y nombres de la aristocracia local, como Francisco Aguilar, el patrón de la estancia donde Clemente y Juana Hurban criaron a Ignacio.

«Pacho», como lo llaman sus amigos, interrumpió su siesta sagrada para recibir a Tiempo Argentino en Olavarría, a unos 15 kilómetros de su casa en Loma Negra. Allí, cuenta, sus vecinos son muy sobreprotectores y cualquier foráneo que pregunte por su casa puede deambular un rato largo -sin encontrarla- por las calles del pueblo de 4000 habitantes.

Ahora está sentado en un pequeño anfiteatro del Centro Cultural Municipal San José y está ansioso: en unas horas jugará River la primera final por la Copa Libertadores con Tigres, en México. Ya hace dos días que no lee ni mira programas deportivos para no volverse una bola de nervios. La segunda final la verá en el Monumental. Allí pasará la noche del aniversario de su restitución.

Tanto River como la música se filtran continuamente en la conversación. Ignacio actúa con gracia ante anécdotas que de otro modo podrían ser dramáticas, y descontractura la charla. Interrumpe brevemente para arreglar su mate o para saludar a vecinos y conocidos, aparentemente acostumbrados a verlo rodeado de periodistas o fotógrafos.

En la música, en sus varios proyectos, ya reconoce la influencia del torbellino que le pasó por encima en estos meses, y asegura que ya se plasmó en las canciones de su nuevo disco con su septeto, que en noviembre saldrá a la luz. También cambió la forma de tomar sus decisiones artísticas: “Me animo a más. ¿Qué me puede pasar, descubrir que soy hijo de desaparecidos? Vamos para adelante”, sostiene con una sonrisa.

-¿Cómo recordás los eventos de hace un año atrás? ¿La fecha te trae recuerdos?
-Es una fecha, nada más. No he vivido mi vida con momentos icónicos y los momentos que son icónicos para mí tal vez no lo son para la gente. Todos piensan en el momento del abrazo, que tu vida haga un crack, pero no fue así. Fue «Hola qué tal, ¿cómo andás? Vamos a tomar unos mates y hablemos.» Lo que empezó a pasar ahí fue lo lindo: los chistes, a hablar, esos primeros instantes no me los voy a olvidar más. Fue un momento muy intenso pero lindo, divertido.

-A los pocos días decidiste salir a dar esa ya recordada conferencia de prensa. Se te vio bastante bien preparado para la situación.
-Cada uno reacciona distinto. Es algo extraordinario para lo cual nadie está preparado. Acá en Olavarría era una persona más o menos conocida, había dado notas varias veces y sabía cómo era. Lo que pasa es que había cuestiones muy pesadas en el medio y fue complicado en ese momento, porque además te están pasando otras cosas que no tienen nada que ver con los medios. Los medios te «chupan un huevo», te importan otras cosas, tenés miles de quilombos y los medios te llevan a tener otro problema extra. Esto de tener que escapar, tener que tener respuestas a las más variadas preguntas que después se transforman en las 14 preguntas de siempre.

-¿Cómo te sentías ese día?
-Cuando di la conferencia ya había pasado todo. Estaba todo dicho, no había nada para hacer. Quería volver a mi casa. Lo más importante ya lo habíamos hecho. Encontré a la familia, me di cuenta de que estaba todo bien. La conocía a Estela como la conocían todos, pero como yo había tenido contacto con gente que había sido atravesada por el terrorismo de Estado y era más hosca, con cierta tristeza… Me equivoqué, le erré demasiado (se ríe).

-¿Cómo fue volver a tu rutina después de eso?
-Me tomó muchísimo tiempo retomar mi ritmo de vida. No va a ser nunca más el mismo ritmo, pero volver a encontrarme con lo que soy, con eso que es tu identidad más allá de los papeles y de la familia que no conocías… Uno es lo que hace. Los nuevos nietos somos gente grande. Estamos más cerca de los 40 que de los 30 años y eso también te da un bagaje, en alguna medidas ya estás afirmado. Igual te mueve, te moviliza, pero ya sos vos.

-En una entrevista reciente dijiste que no sentís que te hayan robado la identidad.
-Es que para mí, el afano se lo hicieron a los Montoya y a los Carlotto. La dictadura les afanó un niño, mataron a los hijos y a partir de ahí arrancó la búsqueda. Pero yo no tengo esa sensación de que me hayan robado nada. Yo vivo la vida que quiero, de pleno desarrollo, trabajando de lo que me gusta, en una ciudad que me trata bien, rodeado de amigos, de gente que quiero, en pareja. Y esa profesión marca un desarrollo de la identidad, lo que hacés, cómo sos, lo que pensás. Tenemos a veces un concepto de identidad un poco estático, como si la identidad fuera nada más saber quiénes son tus padres biológicos. Eso es importantísimo porque puedo dar fe de que te termina de cerrar un montón de cuestiones, pero la identidad es algo que construís todos los días. Por eso la decisión mía de decir que no me llamo Guido. Guido era mi abuelo. Mi nombre es Ignacio y ni siquiera es una decisión, es una sensación y sentimiento de certeza. A través de ese nombre yo construí mi vida. Lo que pasó fue que entre todas las decisiones apuradas que tuve que tomar en ese momento, que fueron un millón, dudé un poco con lo del nombre para darle el gusto a mi abuela, pero después me di cuenta de que no era yo. Ahí, para los medios yo fui Guido y a nadie le importó lo que pasó después. Te bautizan y te encontrás gente en todo el mundo que te dice Guido. «¿Pero cómo que sos Ignacio? Yo te vi en la tele y vos sos Guido.»

-La música y la identidad están muy ligadas en tu historia.
-La música es lo que yo soy. La vida mía es esa. Ahora me tocó esta historia, que la volcaré a la música. A veces la cosa es más interna, el cambio es interno y no sé cómo explicarlo. Entiendo quién soy a partir de entender que soy eso que hago y de esa manera que lo hago. Modificar eso sería realmente perder la identidad y ahí todo el objetivo de haberme encontrado se hubiera perdido. Porque en algún momento había pensado que había perdido la identidad y había dejado de ser quien era para pasar a ser lo que los demás decían que yo era. Eso fue por un corto tiempo y después volví, pero transformado.

-En la conferencia mencionaste la energía genética que te llevó a la música. ¿Lo seguís pensando?
-Sí, porque ahí entra una parte de la historia que nadie conoce, que es mi vida anterior en el campo. En el campo era imposible que a alguien quisiera tocar el piano y le gustara el jazz si no te viene un llamado de otro lado. No había radio, no había nada. Y de ahí salir a la música, tiene que haber un llamado ligado a una energía mas interna. Genética o lo que sea sigo pensando eso. El click fue en una tertulia que escuché música en vivo por primera vez. «¡Ah, esto es lo que va!», dije. Sentí el llamado y acá estoy.

-Tu aparición pública, ¿te convirtió en un referente de la búsqueda de la identidad? ¿Se te acerca la gente a pedirte consejos?
-Sí, lo tomo como un trabajo nuevo. En una gama de dudas muchísimo más compleja. Chicos que nacieron en democracia. Trato de asesorarlos. Yo antes me asesoré mucho para dar los pasos. La gente a veces descree de las instituciones y prefiere acercarse a hablarme. En esto de la búsqueda no hay muchas vueltas: si tenés dudas, vas, hablás con tus viejos y les preguntás y les preguntás hasta que te dicen la verdad. Lo que pasa es que nadie quiere dar esa vuelta.

-¿Cómo fue ese momento para vos?
-Para mí fue el momento más jodido del mundo. Si te mienten, te cagan porque te pueden aplazar todo. Hasta ese momento es tu verdad y es cómoda porque es tu verdad más allá de que tengas una buena o una mala relación. Hablar es re difícil. De las cosas más difíciles que me tocaron. El ADN y la conferencia de prensa no fueron nada. El momento más difícil fue ese. Cuando te lo blanquean, es un peso y a la vez se abre una puerta.

-¿Te acercaste a la historia de tus padres, Laura y Walmir? ¿Cómo fue?
-La historia es mía, porque yo soy parte de esa línea sanguínea pero esa historia no la viví. Eso me llevó más tiempo de procesar: mi historia empezó el 5 de agosto. Todo lo anterior fueron momentos en que nos fuimos tocando poéticamente, hicimos cosas, pero la historia en sí arranca ese día. Porque la historia se vive, no se hereda o transmite. Cuando leo la historia de mi familia, la leo con una distancia, no en el cariño sino porque no la viví. La historia de mi familia recorre la historia del país. Terminé siendo hijo de puestero en un campo para después, 36 años más tarde, ser el patrón de un estancia gigante en el sur, que te digan patrón. Es muy raro.

River, mi buen amigo
Al mes siguiente de su restitución, River homenajeó a Ignacio y a Estela en la previa de un partido contra Tigre. A partir de ese día, empezó a ir casi todas las fechas en el Monumental y ya se armó un museo con las camisetas autografiadas por los jugadores. «Es acto fue una manera de exorcizar al club, por el mundial con Videla en la cacha. Y ese día ganamos 2 – 0», contó.

«Al primero que me invitó le dije que nunca había ido a la cancha y me pidió que no se lo dijera a nadie. Cuando estábamos entrado a la chanca, trataba a de disimular un poco. En un momento se lo conté al presidente Rodolfo D’Onofrio y me dijo: ‘No te hagas problema, igual no se lo digas a nadie.’ Veníamos jugando divino y llegábamos a perder y quedaba como un mala leche», se ríe.

Ignacio admite que es muy malo jugando al fútbol. Ese día, durante el calentamiento, los jugadores le pateaban al arquero Marcelo Barovero y lo invitaron a que él también lo hiciera. «Pensé: le pego y arranco un pedazo del campo de juego y ya me veía en Youtube con el título ‘El nieto es un patadura’. Entonces, le dije: ‘No, dejá, no lo vamos a desconcentrar’».