Hijo de Monzón salió de las drogas
Es pastor evangelista y llegó a Tucumán a dar su testimonio. El Monzón desconocido.
Habían discutido a los gritos hasta que el silencio los dejó knock out. Era un 14 de febrero, día de los enamorados, de 1988. Alicia Muñiz yacía en el suelo, y Carlos Monzón, el campeón del mundo, ingresaba a su noche, aunque recién comenzaba a amenecer. En esa misma casa, la que alquilaban en Mar del Plata todos los años, uno de sus hijos, Carlitos, había estado una semana antes pasando sus vacaciones. Carlos Raúl Monzón hoy tiene 41 años, es uno de los hijos del ex campeón de boxeo con Mercedes “Pelusa” García, su primera mujer, y se dedica a la vida religiosa.
“No lo podía entender. Había pasado de ir a verlo los fines de semana (porque mis padres estaban separados) a visitarlo en la cárcel. Eso me cambió la vida. Escuchar todo tipo de comentarios era lo más doloroso. Parecía que tenía tantos amigos y después eran sólo unos cuantos. Me deprimí. Tenía 15 años. Comencé a beber y a consumir drogas. Una vez lo visité borracho en la cárcel. A él se le caían las lágrimas. No era lo que él quería para mi vida. ‘Mirá a tu padre’, me decía, ¿así querés terminar?”, recuerda Carlos hijo durante una vista a LA GACETA.
Tiene los ojos verdosos y la tez más blanca que la de su padre, pero un aire familiar que lo identifica en el acto. Tampoco es boxeador, sino pastor evangélico de la iglesia pentecostal “Llama de fuego y poder”. Vino a Tucumán invitado por los pastores Roque Coronel y Alberto Spuches,cuyos templos están en Tafí Viejo (avenida Roca Oeste 821) y en avenida Independencia al 2.400 de capital. Allí ofreció charlas a los fieles tucumanos y les relató su vida desde que cayó en el infierno de las drogas, hasta que salió de la mano de la iglesia, que lo condujo a Dios. Sigue viviendo en Santa Fe, ahora con su mujer y sus dos hijas, Berenice y Eunice. Desarrolla un programa para jóvenes, “Talento sin droga”.
Una visión desconocida
La Justicia argentina condenó al ex campeón a 11 años de prisión. Para entonces, a Monzón (h) sólo le quedaba el recuerdo de una infancia deslumbrada por la figura de su padre. “Papá, quiero que me llevés a esos boliches donde vas vos”, le dijo un día. “Bueno, pero un rato nomás. Esa noche, primero llegaron las vedettes y detrás Alberto Olmedo, uno de los pocos amigos que le quedaron, y a quien yo llamaba tío. ‘Andá y dale un beso a todas pero al Capitán Piluso le das el abrazo más fuerte’, me decía. Olmedo me hacía juegos de magia y me contaba chistes. Yo tendría unos 12 años”, recuerda.
“Cuando era más chico (mis padres se separaron cuando yo tenía cuatro años) salir con él a la calle era casi imposible, la gente no lo dejaba caminar, le pedía autógrafos. Para ir a la playa se ponía anteojos y gorro para que no lo reconocieran”, ríe.
“En la cárcel conversábamos mucho y también llorábamos juntos. Él me decía que mucha gente que lo seguía quería sólo al campeón, pero no a Carlos. Antes de irme orábamos y leíamos la Biblia. Él me apoyó mucho; me pagó los estudios y quería que yo fuera pastor. ‘Mirá, cuando me den la libertad te voy a construir una iglesia’, me prometió”. No pudo. Seis meses antes de salir de la cárcel, en un permiso por su buena conducta, murió al volcar en la ruta, cuando volvía al penal después de pasar las Fiestas. Tenía 53 años.