Julián Weich: «Soy amigo de un montón de trapitos»
Volvió a la conducción de la mano de «El punto rojo» por la televisión pública con una excelente recepción: «Los números son necesarios para permanecer, pero lo que me gusta es escuchar la crítica, lo bueno y lo malo, porque al fin y al cabo uno hace el programa para la gente, no lo hace para uno»
— ¿Tenés algún dato a lo largo de tu carrera, de las cosas que has hecho y eventos, cuánto llevas recaudado en trabajos solidarios?
— Sí, porque uno de mis hijos me preguntó una vez, habrá llegado a 30 millones de dólares.
— Vos trabajás un montón en las cuestiones solidarias, de eso no hay duda, pero nunca alcanza y nunca va a alcanzar ¿qué te sigue pasando como persona cuando por la calle seguís viendo a un chico durmiendo en la vereda?
— Me pasan dos cosas, a veces reacciono en forma práctica y llamo como me pasó con la viejita que llamé al 911. La viejita se perdió al lado mío, no me puedo hacer el que no la veo o que se ocupe otro. Por otro lado cuando veo que no puedo hacer algo digo: «Bueno, estoy haciendo algo por los demás, por ahí no puntualmente por esta persona ahora pero yo estoy haciendo algo». Siempre hice algo…
Siempre digo que en el semáforo cuando aparece el trapito, que le das plata, que no le das plata, que es para él, que es para comprar vino, que es para el padre, para no sé qué. Yo opté por darle plata igual a todos. Pero además de plata quiero hablar con esa persona, y le pregunto cómo se llama, de dónde viene, a dónde va, cuando están con un bebé a upa le digo: «¿Le diste las vacunas?» «¿Lo llevaste al pediatra?» qué sé yo, le doy pertenencia, le digo para mí existís. Obviamente no le voy a cambiar la vida, pero le estoy mostrando que existe esa persona. Porque lo que más le pasa a los humildes o pobres es que la gente no los quiere ver. No los quiere ver porque te devuelven algo feo, porque vos estás vestido cómodo en el coche y el otro está muerto de frío en la calle pidiendo plata. La gente le sube el vidrio para no verlo, pero están ahí igual y sienten que no los querés ver. Eso es lo peor que les podes hacer, ignorarlos. Entonces yo por lo menos les doy la posibilidad de que por un ratito sean. De hecho soy amigo de un montón de trapitos, está bien que al ser conocido, pero esto lo puede hacer cualquiera, conozco el nombre, conozco a la familia, o sé dónde vive, o sé qué hace. Tengo una relación amistosa más allá de la plata que le doy o no.
— Tus hijos hoy cuántos años tienen.
— 25, 22, 18 y 12. Ahora el de 22 volvió porque estuvo dos años de viaje de mochilero por Sudamérica haciendo malabares y volvió a casa. La de 25 ya vive sola, el de 18 y el de 12 viven conmigo. El de 18 como es del matrimonio anterior por ahí vive mitad y mitad. Y aparte están los chicos de Mozambique que no viven conmigo…
— Se quedaron en la Argentina, están acá.
— Se quedan en la Argentina 2 años más para recibirse y volver a Mozambique a ayudar a su gente.
— El ensamble funcionó súper bien.
— Yo nunca dije: «Un día voy a adoptar chicos y si son de Mozambique mejor y son mayores…» Las cosas se dan. Y fijate que se dieron a través de mi viaje al Vaticano hace dos años donde conocí al cura Juan Gabriel Arias que estaba misionando en Mozambique, cuando se vuelve a Mozambique nos dice tengo 2 chicos que no tengo a quién dejárselos, pensé en ustedes. Yo por adentro dije: «No, ni loco, no puedo tener dos chicos más». Viste cuando decís: «No, no, pará, soy bueno, solidario pero pará». Mi mujer dijo: «Sí, obvio». Fue la mejor decisión, estoy feliz y agradecido que haya pasado.
— ¿Y a partir de eso te llegan muchos pedidos?
— Sí, pero aprendí a ver en cuáles puedo hacer algo y en cuáles no porque si no es una frustración eterna.