La Libertadores: historia universal en 180 minutos
A medida que pasa el tiempo, también comprendemos que nada ha sido casual en este último siglo y pico de historia. Todo estaba escrito. River y Boca tuvieron que nacer en el mismo barrio (y a pocos metros y años de distancia), porque no hay clásica rivalidad sin vecindad.
La cosmogonía escandinava intuyó un día entre los días. El Ragnarok, momento de la conflagración final, en que el Universo y sus arrabales, la humanidad y su historia, asistirían puntualmente a la gigantesca batalla que se prefiguraba desde el mismo instante de la Creación del mundo. Ese día no habrá tibios; de un lado estarán las huestes de Odín, y del otro las de Loki. Cada detalle de cada vida pasada, presente, o por venir, tenía un inexorable sentido: afirmar la pertenencia a uno de ambos bandos, esencialmente irreconciliables.
Hoy sabemos que seguramente uno de los ejércitos que combatirán en el Ragnarok, se vestirá de azul, con una ancha franja amarilla cruzando a la altura del pecho. El otro, tendrá uniformes blancos, interrumpidos por bandas diagonales rojas.
A medida que pasa el tiempo, también comprendemos que nada ha sido casual en este último siglo y pico de historia. Todo estaba escrito. River y Boca tuvieron que nacer en el mismo barrio (y a pocos metros y años de distancia), porque no hay clásica rivalidad sin vecindad. Ese barrio de origen tuvo que ser La Boca, desde entonces y para siempre, una perfecta síntesis de nuestros sueños, glorias, fracasos, y contradicciones.
Fue así, que la mano precisa del destino, quiso que representaran desde el principio, modos de plantarse ante el mundo diametralmente opuestos. Entre los fundadores de uno, iban a predominar muchachos de clases más o menos acomodadas; profesionales, políticos y algunos masones.
Algunas décadas más tarde, y por otras circunstancias, se apodarían “millonarios” y sus colores (¿evocación de la bandera genovesa, o alusión al mandil de la Orden Escocesa de la Masonería?) se iban a ir alejando de la aldea de origen… hasta afincarse en uno de los barrios más bacanes de Buenos Aires. Ya lo dijimos, al destino pareciera gustarle jugar con estas insistentes señales. Muchos de los más exquisitos futbolistas que haya visto nuestra tierra, vistieron esa casaca, normalmente asociada a un juego vistoso y prolijo. Algo así debe ser el arte.
A los otros, los fundaron muchachos entusiastas y laburantes. Nada sobraba por allí, y hasta hubo dificultades para conseguir las chapas que cercaron la primera cancha. Apegados indisolublemente a la tierra de inmigrantes que los vio nacer, dieron en llamarse “xeneizes”, enfatizando orgullosamente la impronta genovesa del barrio. Muchos de los más grandes jugadores de la historia, y el mismísimo Diego Maradona, defendieron esa divisa.
Sus colores tienen olor a Riachuelo, porque fueron inspirados por la bandera de un barco sueco allí amarrado, y un barro hecho de polvo de estrellas mezclado con inundación, iba a ser la materia con que los dioses amasaron a sus jugadores y a su hinchada.
Lógicamente, su juego se iba a distinguir por el entusiasmo, garra y corazón. La pasión ante todo. Algo así también debe ser el arte.
Y precisamente el arte, parece haber sido la clave secreta con que Benito Quinquela Martín (tenía que ser él, el gran Demiurgo boquense) supo reunir la atávica oposición Boca-River. Porque en sus actuales estadios, desde el momento de sus respectivas inauguraciones, ambos lucen importantes pinturas murales realizadas especialmente por el artista.
Para el salón de fiestas (hoy confitería) del Club Atlético River Plate, Quinquela creó dos pinturas al silicato de imponentes dimensiones. Una, evoca la primera cancha ubicada casi a orillas del Riachuelo; la otra, retrata la celebración de un campeonato “millonario” por las calles boquenses. Asimismo, el hall de entrada de la bombonera está presidido por una extraordinaria pintura al óleo, en la que nuestro gran artista y filántropo alude al mítico origen de los colores de la bandera de Boca Juniors.
Otros tiempos; los simpatizantes de River podían exteriorizar su alegría en el barrio, y no era del todo extraño que antiguos vecinos fueran socios de amos clubs…
También la sede social de Racing Club cuenta con otro mural. Es que mientras el arte se replegaba cada vez más hacia el interior de sacralizados espacios simbólicamente distantes del gran público, Quinquela fue con sus creaciones al encuentro de la comunidad, allí donde los corazones latían más fuerte.
Y si en virtud de una oculta ley física que aún no hemos descifrado, jamás podrá haber conciliación entre Boca y River, los dioses (que se sabe, no juegan a los dados) guiaron la mano de Quinquela para que en sus obras de ambos clubes hubiera algo muy significativo en común: el trabajo y la vida en comunidad; ni más ni menos que la fuerzas que siempre sabrán sacarnos (por arriba, claro) de cualquier laberinto.
Los estibadores que son iconos inconfundibles en la producción quinqueliana, y las celebraciones comunitarias, pueblan estos murales en uno y otro estadio, convirtiéndose en el verdadero tema de las obras. El artista que nunca dejó de sentirse un laburante portuario más, pareciera querer recordarnos que esta eterna e irrevocable rivalidad, acaso sea uno de los pilares del incesante engranaje con que construimos identidad, ciudadanía y futuro.
Sostenían los escandinavos (los mismos de los que desciende la bandera de Boca) que con el Ragnarok acabaría el mundo que conocemos. Hasta los dioses perecerían allí. Pero luego todo sería Bien, Verdad y Belleza (los valores que sostuvo Quinquela durante toda su vida).
El 10 y el 24 de noviembre, en este modesto rincón del Cosmos, ya tiene fecha nuestro Ragnarok. Los futboleros sentimos que cada episodio de la historia de la humanidad, solo fue una excusa para alumbrar este instante. Las fuerzas que nos configuran y todo lo que amamos tendrán un aura de victoria inextinguible, o descenderán a los infiernos para siempre.
Pero al día siguiente, en un mundo renacido, nuevamente habrá almas pintadas de azul y oro, predestinadas a medirse con otras, cruzadas por una banda roja. Es que el Universo siempre da revancha.
Otra cosa habrá luego del fin del mundo; el arte, y miles, millones, de anónimos trabajadores llenando las calles y las pinturas de Quinquela Martín.
*El autor es Pintor boquense. Director del Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín.