La suba del dólar
Una vez más, y no será la última, la cotización del tipo de cambio de pesos por dólar en el circuito libre, marginal, ilegal, o simplemente blue, volvió a ganar la primera plana de los medios de información y con ello a plantear las repetidas dudas de los más y menos avezados: ¿hasta cuándo y cuánto va a subir? ¿Hay que comprar o vender? ¿por qué sube?
Naturalmente no hay una única causa disparadora, ni una aparece más relevante que otra, aunque a veces, propio de los tiempos de campaña electoral, se intenta cargar la responsabilidad en las expectativas e incertidumbre que genera el próximo cambio de Gobierno. Más aún porque los candidatos con mayores probabilidades de asumir la presidencia no dan acabadas precisiones sobre cuáles serán las primeras medidas para comenzar a reordenar las finanzas públicas, las cuentas externas y bajar la inflación y pobreza a valores más cercanos a los que muestran la mayoría de los países.
Una lista muy incompleta de las principales causas que explican lo que los economistas definen como una «creciente dolarización de carteras» por parte de las empresas y personas, y que se sintetizan en la compra de dólares billetes por todos los canales posibles: ahorro; contado con liqui o MEP (Bolsa), no debería excluir:
1) El atraso de la paridad cambiaria oficial entre el peso y el dólar respecto de la variación de cualquier índice de inflación, porque al aumentar apenas 8% en un año, pese a que los precios de la economía subieron más del doble para el Indec y del triple para los cálculos privados, saca del mercado internacional a la producción nacional. El resultado, es la licuación del superávit comercial y con ello la posibilidad de generar divisas necesarias para cumplir con los compromisos externos: pago de importaciones, de deuda, giros de utilidades, etc. De ahí que se acumulan las expectativas de devaluación del peso en algún momento, y el mercado sabe que cuanto más tarde, más fuerte será. Por eso anticipa con la demanda de dólares billetes, por el canal selectivo que autoriza la AFIP para ahorro; o los más sofisticados a través de la compra y venta de bonos y acciones que cotizan simultáneamente en pesos y dólares en la plaza local y en Wall Street; además del mercado marginal que siempre existió, porque más de un tercio de la economía se desempeña en la informalidad;
2) El desajuste de la economía brasileña, porque llevó al Gobierno a intentar recuperar la competitividad de su industria y revertir la recesión con la devaluación del real. Ese fenómeno representa a los ojos de la Argentina una apreciación del peso que le hacer perder exportaciones a ese destino, mientras favorece la competencia de ese origen. El resultado es un mayor deterioro de la balanza comercial biltateral, con el consecuente efecto negativo sobre las reservas del Banco Central;
3) Un fenómeno similar se manifestó más recientemente con la depreciación del yuan de China, otro socio comercial de peso para la Argentina, con un efecto similar al que se experimenta con Brasil;
4) La caída de esas monedas, junto con la apreciación del dólar en el mundo, derivaron en el derrumbe de los precios de las materias primas, con el consecuente impacto negativo para la Argentina, porque lo que puede ahorrar por el lado de las importaciones de petróleo es sustancialmente menor con lo que va a perder con la drástica baja de las cotizaciones de la soja y sus derivados, amén de las correspondientes al maíz, el trigo y de los productos de las economías regionales; constituyendo otro factor que contribuirá a debilitar la posición de reservas, aunque se las intente maquillar con el swap de monedas acordado con China por el equivalente a u$s11.000 millones;
5) La pasividad de las autoridades nacionales para adoptar medidas compensatorias de los factores enumerados previamente, como podrían ser la eliminación generalizada de las retenciones a las exportaciones para las economías regionales y la industria, y de modo gradual para el complejo sojero; junto a la reducción de la presión impositiva; además de adoptar medidas correctivas para bajar la inflación al rango de un dígito para poder fomentar el uso del crédito para que las empresas puedan ampliar la oferta de bienes y servicios; y cerrar el gravoso estado de default parcial de la deuda pública con bonistas –holdouts y reestructurados que residen en el exterior pero que no pueden cobrar porque Economía teme sean embargados por orden del juez Thomas Griesa;
6) Las últimas declaraciones del presidente del Banco Central, a través de las redes sociales, vinculadas tanto con la aceptación del cepo cambiario para gran parte de las transacciones comerciales y en particular financieras, como peor aún con la insuficiente cantidad de reservas en divisas para poder liberar el mercado. Nadie le dijo a Alejandro Vanoli que la autoridad monetaria «nunca» debe hablar de reservas y de tipo de cambio, porque hacerlo es desnudar un estado de precariedad que sólo contribuye a elevar el grado de desconcierto en las empresas y familias, y más aún en los mercados financieros y cambiario, con el consecuente efecto negativo sobre las expectativas;
7) Otro factor, y claramente, no es el último, es la creciente emisión de deuda pública y de pesos para financiar un gasto público desbocado (45,8% interanual en junio), porque eleva la brecha entre la cantidad de dinero primario de la economía con las reservas informadas por el Banco Central a más de 15,80 pesos por dólar. Ese es el valor de referencia que toman los operadores y hacia ese nivel tienden, porque la larga historia de inestabilidad y atraso cambiario de la Argentina es muy rica en mostrar que cada vez que un gobierno se vio forzado a sincerar las variables, el bajo tipo de cambio oficial se acercó al más alto, que marca el libre. Rara vez convergieron a un punto intermedio, salvo después de asimilar un conjunto de medidas correctivas de los abultados desequilibrios que hoy registra la economía en los frentes fiscal y tarifario, monetario, externo, los cuales se manifiestan en inquietantes índices de pobreza e indigencia.