Macri y Moyano puertas adentro
-Cristina salió a hablar de estallidos sociales contra ella y no tuvieron otra que dar marcha atrás con nuevas medidas de fuerza, ¿no? – inquirió el Jefe de Gobierno de la Ciudad al sindicalista opositor, una vez que la política se había metido de lleno en la conversación.
–No pasa nada –respondió el camionero en tono sapiente-, este Gobierno se va a caer solo, como una pera madura.
Un fragmento textual del diálogo que mantuvieron el miércoles por la mañana Mauricio Macri y Hugo Moyano, cuando se juntaron para repasar cómo seguirá la película sobre la recolección de residuos en Capital a partir del 1° de octubre, una vez caducadas las concesiones del puñado de empresas encargadas de recoger la basura que producen los porteños.
Sobre este último punto, la sangre no llegará al río porque ya está establecido que, en cualquier caso, los trabajadores de Moyano –indemnizaciones mediante- serán reabsorbidos por las nuevas compañías que ganen las adjudicaciones. Dejaron, sí, para más adelante hablar del sistema de grúas de la Ciudad, en el cual el camionero también tiene injerencia.
A este último encuentro lo antecedió otro, netamente político-sindical, que responde al vínculo de buena onda que establecieron Macri y Moyano. Se trató de una comida que organizó Amadeo Genta, secretario general vitalicio de los trabajadores municipales porteños. El jefe de la CGT anti K concurrió con toda su plana mayor: el gastronómico Luis Barrionuevo, el panadero Abel Frutos y el «Momo» Venegas, de trabajadores rurales, entre otros. No hubo filtraciones de lo que se conversó –o acordó- en ese ágape. Pero que se junten estos actores, es un dato que ya habla por sí solo.
Vienen siendo días agitados para Moyano, de apretada agenda. Primero tuvo que salir a recular públicamente con el cronograma del plan de lucha que su central había aprobado cuando se confirmó la realización del último paro general.
Muchos creerán –erróneamente- que el camionero podría estar molesto con la incontinencia verbal de Barrionuevo, que había vaticinado un pandemónium para fin de año por culpa de una economía dominada por la inflación y la caída del salario real (ayer incluso tuvo que dar explicaciones a la Justicia, donde desmintió haber hablado de estallidos). Difícilmente se retracte ante Facundo Moyano: «Hay que contribuir a la paz social», dijo el joven mandamás de los peajes, buscando despegarse de las declaraciones de Barrionuevo.
La verdad es que Moyano padre carece hoy de voluntad para subirse al carro de la protesta. Es más, en un punto, le satisfizo tener que desactivar un nuevo paro o una movilización de protesta a Plaza de Mayo. Esto no es de ahora sino desde hace rato. ¿Por qué? Porque cree sinceramente que la administración de Cristina viene en caída libre por su propia impericia y no quiere hacer el gasto de una pelea que considera inútil, para que después terminen apuntándolo a él y a las organizaciones que lo siguen, como responsables de un supuesto fracaso gubernamental.
Lo que no lo afecta nada es que hayan salido a la superficie sus contactos no tan secretos con las primeras espadas de la CGT oficial; con quienes coincide en calificar la actualidad socioeconómica del país con un aplazo, por más que ahora no se pueda. También hay coincidencia -al menos de la boca para afuera- en buscar caminos para la unidad del sindicalismo peronista, el año que viene.
«No va a ser tan sencillo que Moyano de un paso al costado», señaló a Infobae un vocero que conoce muy bien el paño. La salida de escena del camionero es –será- una condición sine qua non para que haya nuevamente una sola CGT.
A nadie parece importarle, en cambio, la opinión del metalúrgico Antonio Caló, en los papeles jefe de la central kirchnerista, quien excluido de las grandes decisiones pasa sus días pegado como estampilla al ministro de Trabajo, Carlos Tomada, sea en jornadas de ciencia y técnica o inaugurando observatorios de empleo. La batuta del sindicalismo kirchnerista quedó en manos del constructor Gerardo Martínez, que ahora casi a diario viene manifestando sus dudas sobre la marcha de la economía. ¿Lo apercibirá la doctora Kirchner?
El jueves 2 de octubre no será un día más en el mundo sindical: en un congreso en Mar del Plata, habrá elecciones en uno de los grandes gremios de servicios, la Federación de Luz y Fuerza. Más que una noticia será una rareza, toda vez que habrá competencia y no la consabida lista única. Un gremio que pareció desaparecer del mapa desde el momento en que murió su antiguo líder Oscar Lescano, el más auténtico de los «gordos»; un hombre sin filtro para decir y ejecutar personalmente lo que pensaba, le gustara a quien le gustara.
Actualmente, la Federación está a cargo de Julio César Ieraci, y Rafael Mancusso es el jefe del sindicato Capital. El hombre que buscará desalojarlos de sus respectivas poltronas es el chaqueño Guillermo Moser, de 55 años, actual número dos de la Federación, e igual de lescanista que sus rivales, que no hablan con la prensa.
Pretende recolocar al gremio (con 60 mil afiliados) en los primeros planos y devolverle signos vitales que parece haber perdido; al punto que la propia organización fue incapaz de organizar un homenaje a Lescano, el 9 de este mes, a un año de su fallecimiento. Debieron ocuparse del tributo familiares y amigos del sindicalista extinto.
El Gobierno podría contar a Moser como propio, si es que gana la pulseada. Dice que la administración kirchnerista mejoró la matriz energética del país. Al punto de arriesgar que la Argentina está en condiciones de sobrellevar una crisis energética, gracias a las inversiones –dice- que hizo el Gobierno en el sector durante los últimos once años.
Está seguro de contar con la cantidad de delegados necesarios para quedarse con la corona de laureles. Pero tampoco subestima a sus adversarios y a los contactos que éstos pudieran tener en los lugares más recónditos de las entrañas del Gobierno para bloquearle el paso, a cómo sea.