Murió la viuda de Bairoletto
Telma Ceballos Viuda de Bairoleto falleció el viernes 23 de mayo a la edad de 101 años, sus restos fueron velados y sepultados en la Ciudad de Mendoza.
“Fui feliz con Juan, él era muy bueno conmigo, éramos muy unidos”, dijo Telma Ceballos, la mujer de Juan Bautista Bairoletto, el bandido rural más famoso que terminó convertido en mito y que hoy tiene un santuario propio en el cementerio de la ciudad mendocina de San Rafael. Después de que su marido dejara la vida de fugitivo, formaron una familia que trajo dos hijas, Juana y Elsa, nueve nietos y trece bisnietos.
El Atila de La Pampa, El Robin Hood criollo o San Bautista Bairoletto, tres de los apodos con que se lo conoció, había nacido el 11 de noviembre de 1894 en el poblado santafesino de Carlos Pellegrini y murió el 14 de septiembre de 1941, en Carmensa, una pequeña localidad del sur mendocino, situada a apenas algo más de 100 kilómetros del límite noroeste de La Pampa. Allí se pegó un tiro cuando lo rodearon policías pampeanos y cuyanos que venían buscándolo desde hacía dos décadas.
De su historia se filmó una película, León Gieco compuso una canción (“Bandidos rurales”) y la Subsecretaría de Cultura de La Pampa le puso su nombre al patio cultural del antiguo almacén de ramos generales de Chacharramendi.
Su figura dividió a la sociedad. Estaban aquellos que lo amparaban aduciendo que le robaba a los ricos para darle a los pobres, y quienes lo califican de asesino y le cargaban en sus espaldas seis homicidios y decenas de robos.
Su familia se radicó en Eduardo Castex y Trenel, donde pasó parte de la juventud entre burdeles y anarquistas, cuando La Pampa era territorio nacional. En 1919, en Castex, tuvo un violento enfrentamiento con un policía, Elías Farach, en medio de una disputa amorosa por una prostituta. Farach murió y él fue acusado de homicidio y encarcelado hasta 1921.
Al salir de la cárcel se juramentó que nunca más sería detenido. Robaba en caminos y, como ayudaba a los pobres, la gente lo cobijaba o le advertía que lo estaban persiguiendo. El paso del tiempo agigantó la leyenda y en la década del ’30 se lo hizo responsable de cualquier asalto u homicidio. La leyenda creció tanto que al funeral asistieron miles de personas llegadas desde La Pampa.
eballos, en el documento.
Cuando se apagó la vida de Bairoletto, Telma regresó a la casa materna y no habló de su pasado. Perdió contacto con los amigos de él y no les contó nada a sus hijas ni a sus nietos. Como hacía Bairoletto, ella también buscó protegerlos. Por eso hoy no puede contestar sobre algunos hechos que le atribuyeron a su marido.
Juana, a su lado, contó: “Yo tengo ahora 70 años largos, y recién a los 65 años recuperé mi apellido paterno. Siempre fui Ceballos, y antes, cuando preguntaban en el Registro Civil el nombre de mi padre, contestaba que sólo llevaba el de mi madre. No me acuerdo, pero no era hija natural, ni ilegítima, ojalá hubiera sido así, porque ponían un término más duro que ese. Así que yo antes usaba un documento como Ceballos y otro como Bairoletto. Me costó digerir este tema de mi padre, recién después de un año pude decir mi nombre completo, no por vergüenza, sino porque no queríamos llamar la atención. Mis vecinos nunca se enteraron antes de lo de Gieco, y eso que llevábamos viviendo más de 25 años en Mendoza”.
Aunque Telma también calló ante sus nietos, un hijo de Juana, Favio Erreguerena, estudió a la persona y al hombre que fue su abuelo y escribió un libro sobre él en base al relato de su abuela. En ese contexto se hicieron los trámites legales para que los documentos tengan el apellido Bairoletto Ceballos.
El 6 de agosto de 2000, León Gieco llego a Mendoza a presentar “Bandidos rurales”, estuvo con Telma en la tumba de Bairoletto, visitó la finca en la que la pareja vivió en Carmensa y hasta cantó con ella “Sólo le pido a Dios”. “Le encantaron las empanadas que le hice, dulces y saladas. Las comió con vino la noche anterior a viajar”, recordó la mujer. Su deseo era volver a encontrarse con el cantautor en su centenario, pero no pudo ser.
Sobre la muerte de su esposo, Telma sospecha que alguien cercano, que sabía que esa noche estaría en su casa, pudo delatarlo. “Esa noche estaba enfermo, se sentía mal, tenía tos y fiebre. Se acostó y a la madrugada hubo un tiroteo muy grande, eran como 20 policías los que fueron a agarrarlo. Él se dio cuenta de que nos iban a matar a todas, entonces se suicidó con un tiro en la cara. Quiso protegernos”, afirmó.