¿Un nuevo Cortázar?
Y esto porque Carlos Aletto es uno de los primeros en enfocar la parte no canonizada de la obra (salvo en los aspectos atinentes a la edición de todas, a su conformación gráfica, a su hechura); deja de lado, mayoritariamente, la cuentística; se detiene poco en las novelas; menos, en la poesía, y va de lleno a aquellos libros descentrados, marginales, que son tomados, en su amplia bibliografía, como juego o pasatiempo de autor. Lo hace con una dirección que enuncia de entrada, claramente: para él, “la producción cortazariana aparece como una constelación, no como una serie”, y estos libros en los que se detiene aparecen “como un peculiar modo de leer la tradición” por parte de Cortázar. Y, en la relación “icónico-verbal” de los “libros ilustrados” (Territorios, Monsieur Lautrec, Silvalandia, Prosa del observatorio, Alto el Perú) como en las historietas (Fantomas contra los vampiros multinacionales y La raíz del ombú), “sin denegar su inscripción en la tradición de la cultura francesa (Rabelais, Jarry, Breton)”, muestran su inserción “en la vanguardia latinoamericana, pues puede rastrearse en otros autores de este continente”.
Aletto, así, rescata algo esencial de Julio Cortázar, entre los múltiples aspectos y gestos textuales que lo distinguieron, porque me parece que la constante lucha de este por salirse de las formas, de los géneros, ese esfuerzo visible por transgredir las normas genéricas, los cánones literarios y las clasificaciones, están en la raíz de sus denuedos por superar otras ataduras, otros ceñidores, otros confines de la expresión, de la textualidad. Es por eso que ha habido muchas maneras cortazarianas de combatir el objeto heredado, limitado, cerrado, que para él fue el libro. Un combate, más que, tácitamente, contra los saberes que este vehiculiza, contra los hábitos de lectura que fue engendrando desde los tiempos en que no tan bárbaros sajones como los que vinieron después, dueños de una adelantada metalurgia, la adaptaron a la letra haciéndola llegar hasta el siglo XX, lo que lo llevó a pensar, y a hacer decir en Rayuela a uno de los personajes acerca de Morelli, “…le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra…” (Cap. 99).