Una muestra inédita sobre Luca

Una foto muestra a Luca Prodan a los 17, recién vuelto de Escocia, de donde había escapado de uno de los más prestigiosos colegios británicos del mundo, Gordonstun, en el que también estudió el Príncipe Carlos. Está parado, con esa mirada punzante que tiene aún en las fotos de bebé, y sostiene un halcón peregrino en su antebrazo. Como un entrenador profesional, posa para la cámara. Con ese halcón había matado a todas las palomas que su padre tenía en el bonito jardín de la residencia de los Prodan.

Esta es una de las decenas de fotos familiares que pueden verse en la muestra Luca, el sonido y la furia, que estará hasta marzo en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional (Las Heras 2555). Un original rescate que pondrá en valor el universo idiomático de quien fuera una de las figuras más potentes del rock nacional del siglo XX: el líder de Sumo, sostiene Tiempo Argentino.

«Una alta poética de príncipe y mendigo», escribió sobre sus letras Horacio González, director de la Biblioteca. También hay audios personales, canciones que jamás fueron editadas, documentos y objetos que lo reconstruyen fuera del escenario. Que muestran a Luca en su intimidad, en su infancia y adolescencia, de la que mucho se ha escrito pero siempre bajo los filtros del fanatismo o de los ornamentos con los que se describe a alguien que se convirtió en un mito.

Hijo de un padre severo, coleccionista de arte chino, y una mamá que nació en China pero que era descendiente de escoceses residentes en Shanghai antes de la Segunda Guerra mundial, Luca fue el tercero de cuatro hermanos nacidos en una familia adinerada.

Su nacimiento fue en Roma, en 1953, cuando los Prodan habían abandonado China luego de una estadía en un campo de concentración japonés durante la Guerra. Una de las fotos captura un momento doméstico en ese lugar, con papá Mario, mamá Cecilia y las dos hijas mayores del matrimonio, Michela y Claudia, antes de la llegada de los menores, en Italia.

A casi tres décadas de su muerte ocurrida en Buenos Aires, en 1987, cuando Luca tenía 34 años, su hermano describe cómo su presencia ha ido mutando paradójicamente en este tiempo de su ausencia. Y a sus 53 años siente que ahora Luca es su hermano menor. Llorará varias veces durante la entrevista al recordarlo. Pero también se reirá y mucho este hombre que eligió como país de residencia permanente el lugar donde murió el que había sido el gran referente de su vida. Andrea, que hoy vive con su familia en Traslasierra, tuvo un pasado muy exitoso en el cine italiano, como actor, protagonista de películas con Ava Gardner y actuando bajo las órdenes de Gianni Amelio. Hoy se dedica a la música, y la actuación es un momento de su vida del que dice haberse por fin liberado.

Fue en Londres que Luca comenzó a consumir heroína y llegó a las puertas de la muerte cuando pasó una semana con un coma hepático, del que milagrosamente salió. Y fue viendo una foto que le había enviado su amigo del colegio –el argentino-británico Timmy Mckern– que decidió irse a ese lugar de Sudamérica lleno de sierras y árboles para recuperarse de su adicción. Esa foto bucólica de las sierras cordobesas, la que trajo a Luca a la Argentina, también está en esta exhibición.

«El hermano mayor está hecho para joder a los chicos, y él me hinchaba las pelotas», así, con esa jerga tan argenta, Andrea se presta para la entrevista. Y relata una a una las fotos. «Mirá, ese es Luca»: señala a un chico flaquito con ojos grandes y naricita.
«Después de su muerte, revisando sus cosas, descubrí que era uno de los campeones del colegio en hóckey. Él nunca lo mencionaba –porque el hóckey se había vuelto un deporte de las chicas–, le daba vergüenza. En los boletines dice: ‘en cuanto a lo disciplinario está portándose bastante mal, sería bueno que siga jugando tan bien al hóckey porque nos regaló muchos goles al equipo’. Los colegios ingleses compiten entre ellos, entonces este era un dato que destacaban de él.»

–¿Qué hace Luca en esa foto con una anguila en la mano?

–En Italia mi familia tenía un barco. Él iba a bucear, ese día sacó la anguila, hacía cosas muy peligrosas. Él además de ser mi maestro musical me llevó a conocer las cosas un poco más arriesgadas y peligrosas que mis padres no querían que hiciera.

–Las fotos lo humanizan, incluso lo despegan del mundo del rock.

–El rock fue parte esencial de la vida de Luca, de nuestra vida. Porque él no sólo como músico sino como melómano, escuchaba mucho, sabía un montón. Pero Luca tenía muchos matices, era una persona muy completa. Miraba el rock con cierta ironía, no era tan boludo de creérsela. En ese sentido la muestra está buena. Cuando él llegó acá tenía muy en claro quién era, no era infantil. Ya había tenido muchas experiencias en su vida, no era tan tonto de jugar al rockero.

–¿Cómo surgió la idea de traer a Luca al Museo de la Lengua?

–Esta muestra surgió como idea del periodista Daniel Riera. Nació charlando con él, teniendo un intercambio por Facebook. Él me presentó a la gente de la Biblioteca Nacional. Yo pensé: «¡qué loco que la Bibilioteca Nacional se interese en Luca!» Y siendo un lugar púbico, gratis. Me parece que presentar a Luca en una situación así es muy lindo.

–¿Cómo ha ido mutando en estos años su presencia en su vida?

–Tomó un lugar muy grande en mi vida cuando decidí vivir en Argentina. Igual yo he tenido un perfil relativamente bajo porque tener un hermano que es casi un mito puede convertirse en un remolino que también te chupa a vos. Yo lo manejo… él es hoy como mi hermano menor. Físicamente no está. Creo que soy una de las personas que más lo conocí. Aunque no me siento con las llaves de su mundo porque todos somos misterio. Y vos sabés que en tu misma familia podés encontrarte con sorpresas, todo es relativo. Con Luca fuimos grandes amigos. Entonces yo le tengo un cariño especial. Me siento cómodo. Y no solo cómodo, también agradecido.

–Deben pasarle cosas a diario, relacionadas con Luca.

–Todas las cosas que me pasan alrededor del «planeta Luca» son muy graciosas. Yo me cago de risa. Recién venía en un taxi y el taxista me habló de él, sin saber que soy su hermano. ¡Esta muestra es una locura, en la Biblioteca de la Nación! Por Luca he conocido gente maravillosa.

–Lo veo muy emocionado.

–Hay quienes seguramente piensan: «bueno.. este tipo estará acostumbrado a hablar de su hermano.» Pero no. Igualmente yo no quiero repetirme mucho porque sería una paradoja, Luca era un tipo que no se repetía. Una de las cosas por las cuales sufrió era por esa repetición que tiene el rock. Una banda de algún modo se repite en cada recital, tocando las mismas canciones. Una de las últimas veces que hablé con él me dijo que estaba cansado, que el rock estaba empezando a ser una repetición, una rutina que medio lo limitaba. Daba todo de sí mismo en cada show, eso todos lo saben, era su costumbre.

–¿Qué recuerda de esa última vez que habló con él?

–Yo estaba rodando una película que era con un gran director italiano, Gianni Amelio, y yo protagonizaba con Ava Gardner, la película estaba en su cuarta semana de filmación. Había tenido un día muy muy duro, una escena con una actriz que no fue buena porque hubo mala onda entre nosotros. Volví al hotel preocupado porque pensé que era una tensión muy grande para mí. Y de la nada –hacía meses que no hablábamos–, yo estaba en la habitación de mi hotel que daba a un lago del Norte de Italia, sonó el teléfono… y era Luca. Era un día tremendo de frío cuando sonó el teléfono y me dio miedo, parecía un cuento de William Burroughs. El teléfono sonaba y era como un insecto gigante, agresivo. Yo estaba claramente en una depresión. Y era Luca, estaba muy tranquilo. Entre nosotros hablábamos en inglés –por los colegios y el rock, el inglés era nuestro idioma–. Me pregunta «¿cómo estás?» y le dije «qué bueno que me llamaste». Dijo que tuvo la sensación de que teníamos que hablar. Y entonces yo le pregunté: «¿y vós cómo estás?» Y él me dijo: «no estoy bien». Era la primera vez que me decía algo así.

–¿Luca no manifestaba cuando estaba mal?

–Jamás antes lo había escuchado decir que no estaba bien. Era un tipo que podía estar hecho mierda, pero siempre para adelante… ayudando a los otros. Cuando me dijo así, se me prendió una alarma. Sentía que se había acabado un ciclo, que no estaba bien y su cuerpo le estaba diciendo que no daba más. Me dijo: «me gustaría verte, tenemos que juntarnos.» Juntos éramos un pequeño powerhouse de ideas. Así que por esas paradojas ambos estábamos muy doloridos y con necesidad de vernos. Y fue la última vez que hablé con él, no pude llegar. El me dijo: «te espero». Y a la mitad de película logré un permiso de 10 días para venir a la Argentina pero no llegué. Luca murió. Quedé con una herida y culpa que podés ver todavía en mí. Sigue siendo difícil, es una herida.

 

La muestra

El sonido y la furia

Puede verse en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional. Hasta marzo de 2015.

 

Luca según Horacio González

El mundo idiomático de Luca Prodan era una delicada configuración de membranas que se combatían unas a otras, y de allí surgía una alta poética de «príncipe y mendigo». Poseyendo los idiomas, sólo le quedaba sufrir, porque se sufre menos o no se sufre cuando con toda la candidez ofendemos sin «darnos cuenta». Para eso están todas las partes duras, las piedras inmóviles de los «lugares comunes de un idioma», todo lo que aquí ponemos «entre comillas».

A Luca Prodan, el extraño extranjero, que latía en el interior de los idiomas para usarlos como autodescubrimiento, todo le parecía hablado por primera vez con su significado fresco, como en el primer día de la creación, capaz de herir y salvar como seguramente eran las posibilidades arcaicas de todo lenguaje. Volver a esa posibilidad primitiva era su juego dolorido, su infierno del Dante.

–»Mañana en el Abasto» evoca el mismo camino de Virgilio– y su profunda incomodidad ante el uso gozoso de la idiotez. Dicho de otra manera, él era principesco, pero en el sentido de un «moderno príncipe» (como lo denominaba otro estudioso del Dante, Antonio Gramsci) que desde una filología crujida, no «reventada», vivía la insoportable vida del hombre para quien toda palabra era novedad, fantasía y alborozo. (Fragmento del catálago de la muestra)