Ahora ya se sabe de qué hablan Francisco y Cristina

La última operación del diario La Nación comprueba lo ya sabido: que lo que el Papa dice o deja de decir es trascendente.

Armar la tapa del sábado (“El Papa pidió un mayor compromiso con la justicia en la Argentina”, según el titular, a cuatro columnas) sobre una esquela de ocasión a la que se le da un sentido inverso para que opere en la actualidad política del país con mirada opositora, demuestra el grado de desesperación que envuelve a los sectores de la derecha nacional y mundial frente a un pontífice inesperado que demuele en los hechos y en las palabras el manual del conservadurismo clásico.

La verdad es que los viejos exégetas de Jorge Bergoglio no saben qué hacer con el Papa Francisco. Lo que han elegido visibilizar -una crítica inexistente a CFK, en un telegrama protocolar-, viene a tapar lo que el argentino que preside el Vaticano dijo dejando boquiabiertos a los dueños del poder y del dinero de todo el mundo, también a los de acá.
Por suerte, en el documento que Tiempo Argentino publicó el mismo sábado con el texto completo del discurso del Santo Padre en la clausura del II Encuentro Mundial de Movimientos Populares en Santa Cruz, pueden leerse las definiciones que provocaron el enojo de La Nación y sus accionistas.

No logran digerir que Francisco, al que están a diez minutos de calificar de “Papa populista”, diga cosas parecidas a las que dice CFK. Ahora ya se sabe de qué hablan Francisco y la presidenta en sus encuentros. Ha quedado a la luz, de manera cristalina.

Cuando se desató la crisis con los fondos buitre, el gobierno argentino acudió a la ONU para plantear que hacía falta una solución global, no ya los esfuerzos individuales de los estados, frente a los usureros que pretendían llevarse puestas las economías de los países.

Dijo Francisco, en Bolivia: “Empecemos reconociendo que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general también, de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo (…) Queremos un cambio que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace de los pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y la indiferencia.”

¿Hace falta explicar el aval a las políticas de inclusión que, por oposición, hace el Papa en su histórico texto? Cuál es la duda, con párrafos como este: “Se está castigando a la tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso, uno de los primeros teólogos de la Iglesia, Basilio de Cesarea, llamaba ‘el estiércol del diablo’. La ambición desenfrenada del dinero que gobierna. Ese es el estiércol del diablo. El servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de la humanidad, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina a la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo”.

Cómo no advertir una sintonía fina entre lo que postula Francisco y la batalla cultural de la última década, alrededor del por qué y para qué de la política democrática.

CFK, en sus últimos discursos antes de entregar el bastón, llama al pueblo a empoderarse. El Papa acota lo siguiente: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de ‘las tres T’ (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales. No se achiquen!”.

Sobre la concentración comunicacional, que llegó a la agenda nacional a partir del debate y la posterior sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y la influencia negativa que produce el monopolio en el debate público, el sumo pontífice expresó: “Sufrimos a cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimismo charlatán. Al ver la crónica negra de cada día, creemos que no hay nada que se pueda hacer salvo cuidarse a uno mismo y al pequeño círculo de la familia y sus afectos (…) Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico”.

¿Qué va a hacer Clarín con su nueva publicidad después de estas palabras del Papa? “Colonialismo ideológico”, dijo Francisco, que no es otra que la colonización de la subjetividad, que llegó a la mesa de discusión de los argentinos con el kirchnerismo de los últimos años.

Es probable que en Santa Marta, en sus diálogos reservados, el Papa y CFK hayan hablado alguna vez también sobre esto: “Los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelares ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho de privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia porque la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos, particularmente, el derecho a la independencia”.

En Tucumán, en su último festejo del 9 de julio, la presidenta citó palabras parecidas.

La integración regional tan potente de la última década fue observada por Francisco. La Unasur, la Celac, el Mercosur, presidentes como Chávez, Lula, Dilma, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, no fueron olvidados en Bolivia: “En estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país y la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antaño, llaman la ‘Patria Grande’. Les pido a ustedes, hermanas y hermanos de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esa unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia.”

La crítica a los intentos de anexionismo comercial como el ALCA fue evidente, lo mismo que a las políticas de ajuste contra los trabajadores: “Todavía subsisten factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y coartan la soberanía de los países de la Patria Grande y otras latitudes del planeta. El nuevo colonialismo adopta infinitas fachadas. A veces es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados de ‘libre comercio’ y la imposición de medidas de ‘austeridad’ que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres.”

Había muchas cosas para titular. Mucho para leer también sobre lo que dijo el Papa en Santa Cruz. Pero dos días después, La Nación decidió hablar de la última frase de un telegrama que llama “a seguir trabajando por la paz y la justicia”, saludando a la presidenta por el 9 de julio, en clave de crítica, cuando son los saludos de rigor para todos los mandatarios. La manipulación es grosera. Habitual, podría decirse, en el diario videlista. ¿Pero también con el Papa?

De todos los milagros que faltan por verse, el que retorne a La Nación al periodismo más elemental, alejado de las operaciones de demolición constantes, parece el más difícil de concretar.