El último logro argentino

La Selección mayor no volvió a obtener un título luego de la Copa América del 93, jugada en Ecuador. Recuerdo íntimo de un logro demasiado lejano.

El río Guayas lame las costas de una de las ciudades con menos atractivos de Ecuador. Uno de los pocos es el Monumental, el estadio del Barcelona, mole lujosa enclavada en una zona baja. Otra tarde gris: las tribunas colmadas repartían su preferencia entre la admiración al históricamante coloso blanqui–celeste y la sorpresa de esos invitados verdes que una vez más insinuaban más de lo que concretarían. Ese 4 de julio del 93, hace 21 años, a Oscar Alfredo Ruggeri no se le caía la cinta de capitán al levantar la Copa América. El último título de mayores que logró la Selección. A la noche corrió el champagne en la concentración del Filambanco, en las afueras de la ciudad, antes de retornar a la Argentina.

Un día antes, el Vélez de Bianchi, embrión del campeón del mundo, se había coronado en el Clausura aventajando al River de Passarella. El domingo 13 de junio la delegación llegaba a la concentración que quedaba en las afueras de la ciudad. Las habitaciones de Basile, el Panadero Díaz y Mostaza Merlo eran las más alejadas de la cancha de un predio sin lujos. De inmediato se originaron las cábalas. La de arribar al patio donde se encontraban con los periodistas una vez que hubieran pasado todos los jugadores: guay que faltara alguno. O no quitarse los anteojos negros a pesar del sempiterno nublazón. O, en cada anuncio de la formación que conocía de memoria, antes de cada partido, leer nombre por nombre de unas hojas con dibujo de cancha, aferradas siempre a la misma carpeta de tapa dura.

El Cholo Simeone con cara de pibe, uno de los más dicharacheros junto a Pipo Gorosito. Célebres sus bromas al Mencho Medina Bello, al Goyco, al Beto Acosta. Ruggeri nunca fue un santo y se prendía, con Leo Rodríguez. Luis Islas y Fernando Redondo eran de los más tranquilos de un grupo de gente muy experimentada. Positiva. Incluso aunque el proceso tuvo tu lunar negro, desgarrador: la fractura de Darío Franco por un patadón del boliviano Marcos Sandy. Quienes estuvimos en el estadio George Capwell y escuchamos el ruido del hueso roto jamás lo olvidaremos. Tampoco la extrema fortaleza del cordial cordobés de Cruz Alta.Venían consolidados del torneo que habían ganado dos años antes en Chile. Sumaron partidos a un invicto histórico del entrenador de 33 partidos. Pero ese fue un torneo menos contundente y avasllador. En Ecuador, fue 1-0 a Bolivia (Batistuta), 1-1 con México (Ruggeri), 1-1 con Colombia (Simeone), para ganar su zona. Luego, 1-1 con Brasil (Leo Rodríguez) que se definió 6-5 en penales y un 0-0 ante Colombia con idéntica definición. Llegaría la final contra México. Partido tenso, de músculos al límite.

Vertiginoso. La batuta de Leo Rodríguez, la distribución de Redondo y la garra histórica del Cholo. A los 18 del segundo tiempo, Batistuta corrió, pura potencia, superó a su marcador y lo dejó despatarrado. Pisó el área y desenfundó; la puso en el rincón de las ánimas del bueno de Jorge Campos. Cuatro minutos después, Goyco cometió penal y empató Galindo. Pero a los 29, el Cholo, que insólitamente usaba la 10, peleó una pelota superperdida en el lateral derecho. Luchó, ganó el lateral, se la sirvió a Bati. Gambeta hacia el centro del área, poco elegante, muy potente y efectiva. La pelota que chasquea el lateral de la red. Golazo. Festejo. La Copa que no se toca y que se eleva en manos del Cabezón.

Luego la Selección mayor disputaría 12 torneos oficiales: 5 Mundiales y 7 Copas América. La paradoja: arrasó en juveniles, con cinco títulos Sub 20 y otros dos Sub 23 en Atenas 2004 y Beijing 2008. Pero la mayor no volvió a dar una vuelta olímpica. En nueve días puede destruir ese karma.