Habló una víctima del abuso sexual en el cine argentino

El hecho ocurrió en la década del 90, una noche en medio de unas jornadas de filmación. «Me amenazó con ´cagarme la vida´ si yo llegaba a abrir la boca y contar algo de lo que había pasado», recuerda.

«Fue a mediados de la década del 90. Yo tenía 28 años y trabajaba como asistente de vestuario en la filmación de una película argentina», comienza su relato Albertina Piterbarg, que hace ya varios años trabajó en distintas producciones del cine argentino y, en ese marco, sufrió en una oportunidad unintento de violación por parte de un poderoso hombre de la industria.

En una nota en primera persona publicada en la edición de este sábado de Clarín, la profesional, que hoy está alejada del mundo del cine, va muy adentro en sus recuerdos y relata lo vivido hace ya unos 25 años: «Estábamos rodando en un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, a orillas de un río al cual tampoco quiero nombrar. Vivíamos todos juntos –equipo técnico y actores – en un hotel de mala muerte, viejo y desvencijado, en el centro del pueblo. Yo compartía habitación con una de mis compañeras de trabajoUna noche, a eso de las tres de la mañana y mientras dormíamos, irrumpieron en nuestra habitación dos hombres. Yo estaba tan dormida y confundida que en medio de la oscuridad no me di cuenta de lo que estaba pasando. Uno de ellos me agarró por la fuerza, me arrancó de entre las sábanas y me arrastró con brutalidad hasta un cuarto contiguo. Cerró la puerta con llave, me empujó sobre la cama y se tiró arriba mío».

«Tenía mucha fuerza y me costaba moverme. No me olvido más de su olor. Olía mal, a alcohol, a transpiración, a cigarrillo. Me decía “Callate, pelotuda” y “Dale, qué te hacés, si no pasa nada”, pero yo gritaba “Dejame, dejame” y me defendía como podía mientras él intentaba sacarme el pijama y taparme la boca al mismo tiempo», describió Piterbarg, quien destacó que logró deshacerse del abusador gracias al ladrido de un perro. «Estábamos haciendo mucho ruido», apuntó y agregó: «Mi atacante se dio por vencido: alguien podía escucharnos. Me insultó, me soltó los brazos, se levantó, abrió la puerta y antes de salir me clavó los ojos con odio. En medio de la penumbra confirmé lo que ya sabía: que ese tipo violento que me había arrancado de la cama para violarme en mitad de la noche era uno los señores que ocupaba un muy alto cargo en la producción de la película, uno de los ´jefes´».

Según cuenta también en su testimonio, su compañera de habitación de entonces al día siguiente evitaba mirarla. «Nunca hablamos del tema, nunca me animé a preguntarle qué le había pasado aquella noche», señala.

La columna es contundente y específica sobre un mal que aquejó a la industria del cine hasta hace muy poco en todos los ámbitos de un mundo en el que la misoginia fue marca de fábrica y que recién ahora comienza a ceder ante una avanzada feminista que se propone romper para siempre con la cadena de la violencia machista.

Según su relato, el poderoso hombre del cine nacional que intentó violarla, no conforme con eso, al día siguiente la amenazó con «cagarle la vida» si llegaba a decir algo. «El era uno de los que mandaban a todo el equipo, uno de los que daban trabajo. Uno de esos que decidía a quien llamar (o no) para un próximo proyecto. Yo no era nadie», especifica sobre aquella época en la que ella rondaba los 25 años.

«Siguieron unas tres o cuatro semanas de pesadilla en las cuales él aprovechó toda ocasión para humillarme, denigrarme, y reírse de mí. Y como era el jefe, otros se sumaron alegremente a su maltrato. Un día se sentó al lado mío en un auto, mientras íbamos de una locación a otra, y aprovechó, haciéndose el chistoso, para manosearme delante de los compañeros que viajaban con nosotros», destaca.

Asimismo, la entonces vestuarista y asistente dialogó con compañeros del cine que le aconsejaron hacer silencio y olvidarse del tema. «Otra compañera reaccionó igual. ¡Un tipo tan buen mozo y yo, que era poco menos que un espantapájaros, le había dicho que no! Después de esta charla me sentí derrotada, llena aun de más vergüenza y confusión», dice y añade: «Claro que nunca lo denuncié ¿Quién me iba a creer? Me iban a acusar de mentirosa, de haber querido tener algo con él. Me iba a crear mala fama y nadie más me iba a llamar para una ´peli`».

Según relata, en esos años posteriores a la primavera democrática «el cine era una jungla misógina y homofóbica donde reinaban los machos alfa, un mundo masculino donde las decisiones, el dinero y las influencias eran dominio casi exclusivo de un puñado de señores. Y las mujeres apenas teníamos algo que aportar y muchas (muchísimas veces) era simplemente sexo».

Luego, la profesional indica que «el intento de violación fue un antes y un después en mi vida. Al año siguiente falleció mi mamá de un cáncer fulminante y yo entré en una depresión profunda. Poco a poco fui dejando de trabajar en el cine y me dediqué al periodismo. Me especialicé en temas de política y comunicación electoral y hoy en día trabajo para las Naciones Unidas. Pero nunca me olvidé del abusador que una noche fría en un pueblo perdido dos décadas atrás me arrancó de la cama a las 3 de la mañana para violarme. Nunca».

Además, destaca que el abusador se convirtió con el tiempo «en un señor respetado y “progre”, miembro de la élite cultural argentina. Uno de esos que anda por ahí dando clases magistrales o charlas TED. Era también un depredador que seguía suelto, quizás violando, humillando y maltratando a otras chicas con impunidad y sin ninguna culpa».

¿Posibilidades de llevar el caso a la Justicia? Apunta Piterbarg que consultó con un abogado pero ya era tarde, debido a que los delitos de secuestro e intento de violación prescriben.

«Podía acusarme de difamarlo, pedirle a dos o tres amigotes que testifiquen en contra mío, que digan que yo había estado siempre obsesionada con él y que era una loca», destaca y, pese al dolor del recuerdo y a una situación que la marcó a fuego para siempre, se siente optimista. «Estoy convencida que el mundo de hoy es mucho mejor que el de los años 80 y 90. Que el tiempo no pasó en vano. Que las personas que hoy están en su veintena viven en un universo diferente al que yo conocí, un universo donde no estás obligada a dejarte violar por tu jefe para seguir trabajando. Un universo donde denunciar a un abusador ya no es un acto impensable. Donde las víctimas no son “pobres pelotudas” ni están completamente solas. Tienen una voz propia, son escuchadas. Un mundo donde yo puedo finalmente animarme a contar lo que me pasó y a compartir mi versión de la historia», redondea. Que así sea.